la fe es un regaloSeguro que has escuchado alguna vez frases como éstas: “No importa lo que crees, sino si eres sincero”; “Tú crees en lo tuyo, yo creo en lo mío y al final todos creemos en lo mismo”. ¿Qué tienen de malo este tipo de afirmaciones? Muchas cosas; para empezar, la fe verdadera —o salvadora— se basa en el conocimiento, no en la ignorancia o en una supuesta sinceridad. El pensamiento moderno de que la fe es enemiga del conocimiento y que rechaza toda raíz en una verdad absoluta e inmutable, está total y gravemente equivocado. La fe que se basa en la revelación bíblica y en el único Dios verdadero es válida porque deposita su confianza en la verdad. La diferencia con aquellos que se expresan con frases como las del principio es que depositan su confianza en multitud de cosas contrarias a la verdad: intuiciones y corazonadas (a mí me parece, yo creo que), bondad humana (no soy tan malo, soy lo suficientemente bueno), deificación (somos dioses dormidos que tienen que despertar), politeísmo (todos los dioses son válidos), relativismo (da igual lo que creas), pragmatismo (si a ti te funciona, adelante), sincretismo (todas las creencias son iguales) y un largo etcétera.

Todos creemos en algo, incluso aquellos que dicen no creer en nada tienen una creencia; ¡su creencia es que no creen en nada! El error de los diferentes tipos de fe o de creencias mencionadas es que no reúnen los tres elementos principales en los que se basa la fe verdadera; aquella que nos salva de la justa ira de Dios y nos lleva a la vida eterna. Estos tres elementos son: conocimiento, aceptación y confianza. Algunos teólogos hablan solo de dos porque entienden que conocer y aceptar van unidos.

Conocimiento (el elemento intelectual)

La Biblia declara que la fe viene por oír la palabra de Dios (Ro. 10:17). En otras palabras, la fe salvadora está basada sobre el testimonio divino. “La base final sobre la que descansa la fe se encuentra en la veracidad y fidelidad de Dios, en conexión con las promesas del evangelio”.(1) La garantía de que nuestro conocimiento es correcto está en Dios mismo y nada puede aportar más seguridad a nuestras almas que depositar nuestra confianza en su palabra inspirada y revelada. Este conocimiento consiste en recibir información —verdad— que podemos y debemos procesar —entender y aceptar—, lo cual nos lleva a depositar nuestra confianza y obediencia en el Señor Jesucristo y en su obra salvadora. “Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Jn. 20:30-31).

la fe por el oirCuanto mayor sea nuestro conocimiento sobre las verdades relativas a nuestra redención, más sólida será nuestra fe y, por tanto, nuestro aprecio y experiencia de la vida cristiana. Obviamente, no estamos hablando de conocimiento desconectado de los otros elementos necesarios para una fe verdadera. Si ese fuera el caso, nos encontraríamos con una fe intelectual insuficiente para salvarnos, como en el caso que expone el apóstol Santiago: “Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan” (Stg. 2:19). Aquí encontramos un componente de la fe pero de forma defectuosa; existe conocimiento sobre la verdad pero no se acepta en obediencia y entrega. 10:17). En otras palabras, la fe salvadora está basada sobre el testimonio divino. “La base final sobre la que descansa la fe se encuentra en la veracidad y fidelidad de Dios, en conexión con las promesas del evangelio”.1 La garantía de que nuestro conocimiento es correcto está en Dios mismo y nada puede aportar más seguridad a nuestras almas que depositar nuestra confianza en su palabra inspirada y revelada. Este conocimiento consiste en recibir información —verdad— que podemos y debemos procesar —entender y aceptar—, lo cual nos lleva a depositar nuestra confianza y obediencia en el Señor Jesucristo y en su obra salvadora. “Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Jn. 20:30-31).

Aceptación (el elemento emocional)

“Cuando uno abraza a Cristo por fe, tiene una convicción profunda de la fe y de la realidad del objeto de la fe, siente que llena una necesidad importante en su vida y es consciente de un interés absorbente en ello […]”.(2) Es el paso natural que sigue al conocimiento de la verdad al entender nuestra situación pecadora delante de Dios, y la provisión que el evangelio hace para cubrir nuestras necesidades espirituales. Es posible que una persona conozca la Biblia y sus declaraciones, que incluso las acepte como verdaderas y aún así no tenga la fe salvadora. El rey Agripa es un ejemplo de lo que estamos diciendo; aparentemente conocía y aprobaba las escrituras judías (el Antiguo Testamento): “¿Crees, oh rey Agripa, a los profetas? Yo sé que crees” (Hch. 26:27). Pero no tenía la fe salvadora ya que le respondió a Pablo: “Por poco me persuades a ser cristiano” (Hch. 26:28).

Confianza (el elemento volitivo)

Este aspecto de la fe es la corona de la misma y su señal más característica. Consiste en confiar personalmente en Jesús para perdón de nuestros pecados, reconocerlo como único y suficiente Salvador y aceptarlo, en amor y obediencia, como Señor de nuestras vidas. El cristiano verdadero posee y disfruta de algo que un pseudo-cristiano no llega a entender: una relación personal con Dios. Esto es lo que distingue la verdadera religión —la divina— de aquella falsamente ideada por el hombre (la humana). Por eso, cuando depositamos nuestras vidas en las manos de Dios, recibimos —de forma natural— cierto grado de seguridad y de gozo. Esto forma parte del descanso que recibimos al saber que Dios nos ama, que nuestros pecados han sido perdonados y que ya no habrá condenación futura esperándonos, sino el paraíso.

  • Expresiones bíblicas usadas como sinónimos de la fe
  • Confiar en Dios (Sal. 25:2; 37:3; 125:1).
  • Reposar en Dios (Sal. 62:5).
  • Mirar a Jesús (Nm. 21:9; Jn. 3:14-15).
  • Comer su carne y beber su sangre (Jn. 6:50-58; 4:14).
  • Recibir y venir a Jesús (Jn. 1:12; 5:40; 6:44, 65; 7:37-38).
  • Confiar en Dios (Ro. 14:14; 2 Co. 1:9).
  • Permanecer en él (Jn. 15:4).
  • Conocer y confesar (1 Jn. 4:2,6-7).

La fe como don

Las Escrituras declaran “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Ef. 2:8,9). La fe es un regalo divino y forma parte de la cadena de la salvación; cadena —proceso— que empieza y acaba en Dios mismo. Los dos primeros capítulos de Efesios —y muchos otros pasajes— declaran abiertamente que todo el mérito de nuestra salvación es del Señor. La fe es el medio que Dios ha provisto para que nos apropiemos de la obra de Cristo. Como medio —instrumento— no nos salva, de la misma manera que un tenedor no nos alimenta sino la comida que éste nos lleva a la boca, así la fe es el instrumento por el cual recibimos los beneficios de la obra de la redención. Somos salvos por gracia y la fe forma parte de ese favor inmerecido de Dios. Meditar en estas cosas nos debería llevar a una gratitud y entrega más y más profundas cada día.

BIBLIOGRAFÍA

1Louis Berkhof, Systematic Theology, p. 506, The Banner of Truth Trust, Edinburgh, 1998.

2Louis Berkhof, Systematic Theology, p. 504, The Banner of Truth Trust, Edinburgh, 1998.

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