predestinacionLa Predestinación, también llamada Elección Incondicional es, posiblemente, la doctrina más controversial y malentendida de las grandes doctrinas cristianas. Esto es debido en gran parte al hecho de que, aparentemente, Dios se convierte en un ser injusto que no trata a todos por igual y, que además, convierte al hombre en una simple marioneta cuyo destino ha sido fijado y ordenado de antemano. Si a eso unimos un pobre entendimiento de esta doctrina y muchos prejuicios a la hora de acercarse a lo que la Palabra de Dios ha declarado abiertamente, empezamos a comprender algunos de los motivos de la inmerecida reputación de esta enseñanza.

De una forma u otra, todo creyente bíblico acepta que las Escrituras enseñan que Dios escoge bendecir a algunos de una manera especial en la que no bendice a otros. Podemos pensar en el ejemplo del mismo pueblo judío que, tal y como les recordó Moisés, fue escogido de entre todos los pueblos de la tierra: “Porque tú eres pueblo santo para Jehová tu Dios; Jehová tu Dios te ha escogido para serle un pueblo especial, más que todos los pueblos que están sobre la tierra. No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido Jehová y os ha escogido, pues erais el más insignificante de todos los pueblos” (Dt. 7:6-7).

A parte de escoger una nación de entre todas las demás, Dios también ha elegido —y sigue haciéndolo— siervos para cumplir sus planes. Los propios levitas son descritos como aquellos que “ha escogido Jehová tu Dios de entre todas las tribus, para que esté para administrar en el nombre de Jehová” (Dt. 18:5). El rey Saúl fue presentado al pueblo como aquel “al que ha elegido Jehová” (1 S. 10:24). Cuando Isaí mostró sus hijos al profeta Samuel, Dios le dijo por tres veces que ninguno de ellos era el elegido: “Tampoco a éste ha escogido Jehová […] tampoco a éste a elegido Jehová […] Jehová no ha elegido a éstos” (1 S. 16:8-10), hasta que apareció el menor —David— y Jehová le dijo a Samuel: “Levántate y úngelo, porque éste es” (1 S. 16:12). Encontramos el mismo concepto en el Nuevo Testamento, donde leemos que el Señor Jesús “llamó a sus discípulos, y escogió a doce de ellos, a los cuales también llamó apóstoles” (Lc. 6:13).

Vemos que Dios elige un pueblo y elige personas; pero hay un tercer grupo que son todos aquellos que obtendrán la salvación por gracia y que no son todos los que han sido llamados (Mt. 20:16). Que la Biblia usa la palabra escogido o elegido en dos formas diferentes se muestra claramente en el ejemplo de Israel: “porque no todos los que descienden de Israel son israelitas” (Ro. 9:6), porque si fueran hijos de Abraham, claramente las obras de Abraham harían y no podrían, de ninguna forma, ser llamados “de vuestro padre el diablo” (Jn. 8: 39, 44). Y a pesar del rechazo del pueblo judío al Mesías, el apóstol Pablo puede afirmar que una parte de la nación judía no se perderá: “Así también en este tiempo ha quedado un remanente escogido por gracia” (Ro. 11:5). Así, encontramos una elección dentro de una elección. De entre todas las naciones del mundo, solo Israel pudo disfrutar de privilegios y cuidados especiales, pero de entre todos los israelitas, solo el remanente escogido recibió la salvación. Encontramos la misma situación con Judas Iscariote, quien fue escogido para servir, pero no para salvación: “¿No os he escogido yo a vosotros los doce, y uno de vosotros es diablo? [...] No hablo de todos vosotros; yo sé a quienes he elegido; mas para que se cumpla la Escritura: El que come pan conmigo, levantó contra mí su calcañar” (Jn. 6:70; 13: 18). ¡Una vez más, encontramos a alguien elegido para servir, pero no para salvación!

Nuestra oración es que Dios nos dé la capacidad de recibir por fe aquello que nuestra mente finita solo puede empezar a entender, acercándonos a la Biblia con una mente receptiva y dejando que sea la propia Palabra de Dios la que hable.

El doctor Grudem define la doctrina de la elección incondicional de la siguiente manera: “La Elección es un acto de Dios previo a la creación en el cual elige salvar a algunas personas, no por ningún mérito previsto en ellos, sino solo por su buen y soberano placer”.

Vamos a considerar los errores más comunes que se derivan de una interpretación defectuosa de esta enseñanza, y a través de ellos veremos lo que implica la verdadera predestinación.

La Predestinación hace de Dios un Ser injusto

Debemos afirmar categóricamente que ningún ser humano merece la salvación, el pecado recibido a través de la desobediencia de Adán nos aparta totalmente de Dios, todos pecamos (Ro. 3: 9-12), y por tanto estamos apartados de Dios. El salario por nuestra actitud es la muerte (Ro. 6:23) y nadie puede exigir nada a Dios. Aclarado esto, nos preguntamos: ¿Está Dios obligado a salvar a algunos? Muchos pensarían que sí, pero eso va en contra del testimonio bíblico ya que el ser humano no es la única criatura que ha pecado. Algunos de los ángeles también lo hicieron, y sin embargo no había —ni habrá— ninguna salvación prevista para ellos: “Porque si Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que arrojándolos al infierno los entregó a prisiones de oscuridad, para ser reservados al juicio” (1 P. 2:4, cf. Jud. 6). Esta declaración es bíblica y no se considera en ninguna parte que contradiga el amor de Dios. Si él no está obligado a salvar a los ángeles caídos, ¿por qué está obligado a salvarnos a nosotros? Lo único que Dios debe al hombre es la justa retribución por sus pecados; la separación eterna en el lago de fuego y azufre.

Por otra parte, y como muy bien explica R. C. Sproul, Dios da a algunos justicia (que es merecida) y a otros gracia (que es inmerecida), pero nunca paga a nadie con injusticia “¿Qué, pues, diremos? ¿Que hay injusticia en Dios? En ninguna manera” (Ro. 9:14).

La Predestinación es fatalismo

El único punto de unión entre estos dos conceptos es la absoluta certeza de lo que ocurrirá. Sin embargo, el fatalismo se basa en una fuerza ciega e impersonal —llamada a veces destino— que ha marcado nuestra suerte y que nos convierte en un trozo de madera arrastrado por un fuerte río. La predestinación nos habla de un Ser personal, con un plan bueno y justo ideado desde la eternidad para mostrar la gloria de Dios y lograr el bien de su pueblo. El fatalismo le niega al hombre el poder para escoger; la elección preserva y protege la responsabilidad del ser humano.

La Predestinación no se basa en la presciencia de Dios

Esta ha sido una forma —también arminiana— de querer explicar la Elección Incondicional matizándola con la presciencia. Lo que vienen a decir es, que Dios miró en el futuro y escogió a aquellos que habrían de creer. Si esto es así, convertimos a Dios en un mago que acomoda sus planes a los eventos que sucederán, no un Dios Todopoderoso y Sabio que decreta lo que va a ocurrir antes de la fundación del mundo. Por otra parte, si Dios escoge a los salvos en base a una futura fe, ¡al final los escoge por méritos! (algo que ellos tienen o hacen), lo cual es una aberración y olvida que la propia fe es un regalo.

La Predestinación niega la responsabilidad humana

Uno de los errores más comunes es pensar que la predestinación y la responsabilidad humana son antagonistas. De hecho, es todo lo contrario, son dos verdades que van juntas de la mano. La Biblia enseña claramente las dos cosas son verdad, por tanto, Dios es 100 X 100 Soberano y el hombre es 100 X 100 responsable; las dos cosas son verdad. Los teólogos han llamado a esto antinomia; dos verdades juntas en aparente contradicción. Es una paradoja —como el concepto de la Trinidad: un solo Dios, en tres personas— una contradicción aparente que al ser examinada detenidamente puede ser resuelta. Definir la línea donde empieza una cosa y acaba la otra es muy complicado, bástese saber que Dios ha declarado las dos cosas como ciertas y nuestro deber es aceptar y enseñar las dos caras de la misma moneda.

La Predestinación hace innecesaria la evangelización

Este punto fue afirmado por los así llamados Hipercalvinistas, y lo que viene a decir es: ¿Para qué predicar o evangelizar si Dios ya ha predestinado los que van a ser salvos? Responderemos en primer lugar, que quién así piensa olvida que Dios ha incluido medios —instrumentos— para realizar sus planes, principalmente la predicación (Ro. 10:14). Esto quiere decir que Dios tiene un plan perfecto que nada ni nadie podrá torcer y que nosotros y nuestros actos forman parte de la consecución de esos planes. Nadie en su sano juicio dejaría de comer o de respirar porque Dios ha determinado sus días en la tierra (haga lo que haga voy a vivir los años que Dios ya ha decidido, por lo tanto no importa lo que haga); tal clase de pensamiento es fatalismo y olvida que podemos elegir entre varias opciones y que estas opciones son medios incluidos en los planes de Dios. En segundo lugar, los que piensan de esta manera ignoran el mandamiento bíblico: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Mr. 16:15). ¿Acaso tenemos en poca cosa un mandamiento directo del propio Señor Jesucristo? Que Dios en su infinita sabiduría nos haya hecho partícipes de este gran misterio, no es impedimento para que cumplamos con nuestro deber. Y el resultado final será que “creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna” (Hch. 13: 48).

Los más grandes teólogos y evangelistas del pasado fueron gente que enseñó y defendió la predestinación (Agustín de Hipona, Tomás de Aquino, Martín Lutero, Juan Calvino, George Whitefield, Charles Spurgeon, Jonathan Edwards, Charles Hodge, Louis Berhkof, etc.). Estas personas entendieron correctamente que el esfuerzo de enseñar y predicar el evangelio era totalmente compatible con la doctrina bíblica de la predestinación.

La Predestinación niega que Dios quiera la salvación de todos los hombres

Algunos versículos son usados vehementemente por los detractores de la doctrina de la predestinación. Por ejemplo, 1 de Timoteo 2:3-4 y 2 de Pedro 3:9, donde leemos: “Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad”; “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tiene por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” Algún matiz debemos aplicar a estos versículos, porque si Dios quisiera verdaderamente que nadie se perdiera, todos serían salvos. Estos versículos —y otros similares— nos hablan del carácter benevolente de Dios, el cual no se deleita en el sufrimiento de sus criaturas. Si Dios hubiera ordenado la salvación universal nadie iría al infierno, lo cual contradice claramente la enseñanza bíblica del castigo eterno.

Otro ejemplo de un versículo mal interpretado es el de Juan 3:16 “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. La clave aquí es como interpretamos la palabra mundo. Tres son las posibles explicaciones al texto:

1) Universalismo (todos serán salvos): Si Dios ha dado a su Hijo a cambio de toda la humanidad, entonces esta sería salva en su totalidad, pues de lo contrario Dios se habría propuesto algo que no puede conseguir…

2) ¿Por quién murió Cristo en la cruz? Si decimos que vertió su sangre por toda la raza humana y algunos no se salvan, ¡estamos diciendo que vertió su sangre inútilmente! Esto es lo que enseñan aquellos que dicen que Cristo murió potencialmente por todos, pero realmente para los que creen. Esta enseñanza muestra a un Cristo débil, incapaz de llamar a los suyos si estos no quieren venir. Por cierto, ¿¡murió Cristo por aquellos por los que no quiso orar antes de morir en la cruz!? (Jn. 17:9). El apóstol también enseña que Cristo murió por sus ovejas, pero que no todos son ovejas suyas (Jn. 10:15, 26).

3) Cristo murió por todos —judíos y gentiles—, sin distinción de nacionalidad, lengua o color de la piel (Gá. 3:28; Ap. 5:9,10). Esta es la explicación natural de texto y la que mejor se acomoda al pasaje y al testimonio bíblico de toda la Escritura. En realidad, si consideramos el contexto de Jn. 3:16 atentamente descubriremos que este versículo es una explicación a Nicodemo acerca de la soberanía de Dios en la salvación: “El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu” (Jn. 3:8).

En cualquiera de estos casos, los arminianos fallan en distinguir entre la voluntad secreta y la voluntad revelada de Dios: “Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre” (Dt. 29:29). La teología enseña que normalmente la voluntad revelada de Dios incluye sus ordenanzas y preceptos, mientras que su voluntad secreta abarca sus decretos escondidos a nuestra consideración; aquellos por los cuales gobierna el universo. No debemos ir más allá de lo que Dios ha querido compartir con nosotros, pero tampoco debemos quedarnos cortos si él así nos lo ha mostrado. Parafraseando a Spurgeon: “Delante de una enseñanza difícil no debemos esperar a entenderla para creerla, sino que debemos aceptarla por fe y después pedirle a Dios sabiduría para entenderla” (Ro. 11:33-36, cursivas nuestras).

Algunos versículos que enseñan la doctrina de la Predestinación son: Dt. 10:14-15; Sal. 33:12; 65: 4, 106: 5; Is. 49:1; 65:1; Dn. 4:35; Os. 1:10; 2:23; Mt. 11:27, 22:14, 24: 22,31; Mr. 13:20; Lc. 18:7; Ro. 8-11; 1 Co. 1: 26-31; Ef. 1:3-6, 11; 2:1-10; Col. 1:27, 3:12; 2 Ts. 2:13; 2 Ti. 1:9; Tit. 1:1; 1 P. 1:1-2, 2:8-9; Ap. 13:8, 17:8, 14.

Esta doctrina da la gloria a Dios pues reconoce que la salvación es suya de principio a final; produce una profunda gratitud en el creyente escogido por gracia soberana en Cristo Jesús porque coloca a la criatura en el lugar que le corresponde —el de receptor inmerecido del favor divino—; proporciona descanso a nuestras almas al tener la seguridad que nadie ni nada nos podrá apartar del amor de Dios y proporciona confianza a los obreros que solo tienen que sembrar —dejando el crecimiento al Señor— porque no depende de ellos que ninguna persona sea salva.

“No conozco nada que sea más humillante para nosotros que la doctrina de la ELECCIÓN. He caído postrado ante ella algunas veces, cuando me esforzaba por entenderla. He extendido mis alas y, como águila, me he remontado hacia el sol. Mi ojo ha sido firme y verdadera mi ala por un tiempo, pero cuando llegué cerca de él y el pensamiento me ha poseído —'Dios os ha escogido desde el principio para salvación'— me perdí en su resplandor, fui sacudido por el poderoso pensamiento y, desde la vertiginosa elevación, mi alma, postrada y quebrantada, dijo: 'Señor, nada soy. Soy menos que nada. ¿Por qué yo? ¿Por qué yo?'” (Spurgeon, citado por Robert Sheehan).

BIBLIOGRAFÍA

Escogidos por Dios, de R. C. Sproul

La Predestinación, de Loraine Boetnner

Responsables ante el Dios Soberano, de Robert Sheehan

Teología Sistemática, de Louis Berkhof

Teología Sistemática, de Robert L. Reymond

Teología Sistemática, de Wayne Grudem

La vida cristiana, de Sinclair Fergunson

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