MARCOS 2 17Al oír esto Jesús, les dijo: Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores.

Señor Jesús tú fuiste y aún eres mi médico, porque yo era y aún estoy enfermo del alma.

Hubo un tiempo en que mi enfermedad era mortal y que el remedio no estaba a mi alcance, y lo peor de todo era que yo no la veía y sus efectos alcanzaban a todo mi ser, espíritu, corazón y mente, y que sus consecuencias iban a ser terribles y eternas.

Y entonces, aún lo recuerdo muy bien, empezaste a abrir los ojos de mi conciencia y me mostraste los síntomas de mi pecado y viniste a mí con tu cirugía, extirpando y trasplantando un nuevo corazón. Gracias por esta nueva vida, por aquel nacer de nuevo.

Pero quiero confesarte en esta mañana que, si bien ya no soy aquel enfermo de antes, aún hay en mí secuelas, este pecado mío que me acecha y esta debilidad de fe que afecta a mi alma. Tengo que acudir constantemente a ti, a hora y a deshora, tienes que seguir siendo mi médico de cabecera.

Gracias Padre por estas recetas que me describes en tu palabra. Gracias Espíritu Santo por ayudarme a tomar estos remedios duros y estas medicinas amargas. Gracias Señor Jesús por interceder, por ser Señor de mi vida, por no dejarme solo (Mt. 18:20; 28:20).

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