SALMOS 8 3 4Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, La luna y las estrellas que tú formaste, Digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, Y el hijo del hombre, para que lo visites?

También yo tengo esta misma impresión que tu siervo David cuando las luces de la ciudad o la contaminación me permiten ver el cielo y las estrellas. No puedo contarlas y según dicen todas ellas no son sino un punto entre millones de incontables puntos.

Por una parte me dicen que tú, Señor, eres un creador maravilloso, todo lo haces bueno y hermoso y digo lo haces porque soy consciente que sigues creando y sosteniendo tu obra. Así como el firmamento me parece infinito, tú lo eres en verdad, y cuanto más alcanzo a ver y calcular, más sé que hay de ti que no podré llegar a ver o calcular.

Este anonadamiento mío al que llego, me muestra también lo pequeño que soy. Un insignificante punto pasajero en ese punto del planeta y su historia.

Y lo más extraordinario de todo entonces es que tú, Creador y Señor, único y soberano Dios, tengas memoria de mí, es decir, que me reconozcas y me señales, te fijes en mí, aun siendo nada en medio de la humanidad y de toda tu creación.

Pero aún hay más, no solo me reconoces, sino que me visitas, me llamas, me hablas, me revelas tu obra, me rescatas en tu Hijo.

Cuan bueno sería para los hombres y mujeres que me rodean, que sus luces y contaminación espiritual no les impidiera ver y sentir esto mismo.

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