LUCAS 8 11Esta es, pues, la parábola: La semilla es la palabra de Dios.

Me agrada la idea en esta mañana de poder ser yo, como cualquier otro creyente, un sembrador.

Tengo la mejor semilla, no son las judías mágicas del cuento o semillas de plantas ecológicas o exóticas, sino la misma palabra de Dios, la palabra de poder que da vida, la palabra revelada de un Dios extraordinario, cercano y lleno de gracia, palabra que edifica lo caído y fortalece lo débil.

Más sorprendente aun es que yo la tenga, porque sé que solo puedo ser sembrador porque antes fui sembrado, que habiendo sido tierra árida ahora pueda ser planta con fruto.

Sé que tú eres el verdadero agricultor, que tu Espíritu es el único que puede dar vida y que nosotros, tus hijos, solo podemos sembrar y regar, esperando que tú des el crecimiento (1 Cor.3:6), pero qué inmenso privilegio y gozo es poder hacer esto, servirte y darte gloria de esta manera.

Señor, me es difícil distinguir a veces el camino del campo, de ver si hay piedras o espinos, si la tierra está abonada y lista por tu Espíritu, así como a veces me acomodo en mi propio gozo y salvación, por lo que te pido que me des sabiduría para saber dónde y cómo sembrar, y ánimo para hacerlo en todo tiempo.

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