JEREMIAS 4 19Lava tu corazón de maldad, oh Jerusalén, para que seas salva. ¿Hasta cuándo permitirás en medio de ti los pensamientos de iniquidad?

Ha habido veces que yo también, como tu profeta, he sentido dolor y pena por el estado espiritual de la gente a mi alrededor. Aunque quizá he sentido dolor también por estar yo entre ellos, por ser yo también pecador. Pero me pregunto en esta mañana si mi dolor fue alguna vez tan agudo como el de Jeremías. ¿Se agita, se ha agitado alguna vez mi corazón por el estado de iniquidad (v.14) y la necedad (v.22) de la gente? ¿Me han dolido mis entrañas, hasta el punto de compararlo con dolores de parto como hacía Pablo? (Gál.4:19).

Sé que es la gravedad del pecado lo que produce este sonido de trompeta, esta alarma de guerra que tú desatas contra el pecador, no dejarás ningún pecado sin castigo y se ha acumulado mucho pecado sobre el ser humano y tristemente también sobre tu pueblo, sobre la iglesia.

Es el profundo dolor de Jeremías por el pecado y el aviso de tu ira lo que le impide callar, lo que le obliga a segur advirtiendo a pesar de las dificultades y la oposición.

Señor, dame a mí este dolor de corazón por el pecado, agítame por dentro para que me mueva a proclamar tu ira, a no callar, pero a la vez poder ofrecer tu misericordia y perdón en Cristo.

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