JUECES 8 23Mas Gedeón respondió: No seré señor sobre vosotros, ni mi hijo os señoreará: Yahveh señoreará sobre vosotros.

En toda esta historia de Gedeón y de la liberación de Israel del dominio de los madianitas se puede ver que eres tú el que trae la victoria (Jueces 7:2), y para que eso quedase claro, redujiste el ejército solo a trescientos (Jueces 7:7). Aun así, el pueblo buscaba caudillos, señoríos humanos y reyes como las demás naciones a su alrededor (1 Sam. 8:5). Es un claro ejemplo de cómo al ser humano, en su aspecto más carnal, le es más fácil someterse a hombres como ellos, con todos sus defectos y virtudes, que al Dios invisible, santo y justo que eres tú. Es más fácil doblegar el cuello que el corazón.

Menos mal que en este caso Gedeón lo tenía claro: El señorío lo tenías tú. No se dejó llevar por los halagos o posibilidad de ser poderoso. No era perfecto, pero supo reconocer que el que daba las victorias eras tú, y que no necesitas poner cabecillas, pues la cabeza del cuerpo, que es tu pueblo, eres tú (Ef. 4:15; 5:23). Solo tú vences y proteges, solo tú eres Señor.

Dios mío, si alguna vez soy tentado a tomar un puesto que no me corresponde, si hay peligro de que olvide que soy solo tu siervo y que esto ya es mi mayor privilegio, si los posibles halagos pueden engañar mi percepción de las cosas, no lo permitas, despiértame y oblígame, si es necesario, a proclamar aún más alto y claro que solo tú eres Señor.

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