bible missisipi 20150115105226Estaba pensando en la forma tan bonita con la que los cristianos eran llamados antiguamente: “la gente del Libro”. Parece ser que el origen de esta expresión se encuentra en el Corán donde se mencionan a los judíos y a los cristianos como creyentes monoteístas (que creen en un solo Dios) y se les respeta por su adhesión a la Torá. Más tarde, ya en tiempos de la Reforma, los creyentes volvieron a ser reconocidos de esta manera por su lealtad a la Biblia como única y suficiente forma de autoridad revelada.

El hecho es que a pesar de nuestro respeto y amor por las Escrituras somos culpables de malinterpretarla y muchas veces ponemos en boca de Dios lo que Él nunca dijo. ¿Te sorprende leer esto? Déjame que te de tres ejemplos de lo que quiero decir y luego juzga por ti mismo.

El primer ejemplo y uno de los más famosos lo encontramos en Mateo 18:20, donde Jesús nos dice que: “… donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.” Si nos fijásemos en el contexto veríamos que la idea principal es la seguridad de que el Señor ayudará y guiará con sabiduría a la Iglesia reunida para ejercer disciplina y autoridad. No es una frase apropiada para decir que el Señor bendecirá con su presencia donde estén mínimo dos personas reunidas para un culto a Dios. ¿Acaso no está presente cuando un solo creyente lo busca a través de la lectura, oración, alabanza o adoración? ¿No es Dios omnipresente? Con razón decía el salmista: ¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a donde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú; y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás.”

El segundo caso lo encontramos en Hechos 16:31, donde leemos: “…Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa.” ¿Cuántas veces hemos oído esta frase como si fuera una promesa de salvación para todos los miembros de nuestra familia? Yo muchas. Sin embargo nuestra experiencia y el propio testimonio bíblico nos demuestran todo lo contrario. Lo que ocurre en esta ocasión es que Pablo y Silas proclaman (profetizan) a través del Espíritu Santo lo que iba a ocurrir un poco más tarde cuando la familia del carcelero escuchara la palabra del Señor (vv. 32-34). Que Dios muchas veces bendiga los miembros de una familia cristiana no nos da derecho a decir que toda nuestra familia será salva porque hayamos creído en el Evangelio. Recordemos que no todos los descendientes de Abraham (la familia de la fe) son verdaderos herederos de la promesa (Jn. 8:39).

El tercer ejemplo que he escogido es aquel tan conocido de Apocalipsis 3:20: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta; entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.” He perdido la cuenta de las veces que he visto usar este versículo como una invitación evangelística para el incrédulo. ¡Con la cantidad innumerable de citas bíblicas que se pueden usar para invitar a alguien a recibir a Cristo, se utiliza un versículo que va dirigido única y exclusivamente a la Iglesia! ¿Acaso no hay que leer el versículo 14 para llegar al 20 donde claramente se dice que está escribiendo al ángel (o presidente) de la IGLESIA? ¿Acaso no dice Dios en el versículo 19 que Él reprende y castiga a todos los que ama?, y esto, según Hebreos 12:6, Dios lo hace “…a todo el que recibe por hijo”. El mismo capítulo 3 del libro de Apocalipsis acaba con una solemne advertencia; “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.”

Cuando Dios habla, tenemos la obligación de escuchar atentamente; y no solo eso, sino que estamos obligados a usar su Palabra con rectitud y sabiduría. Es el mismo concepto que el Apóstol Pablo, sabiendo que su partida está cercana, le quiere transmitir a Timoteo y por eso le dice: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad.”(Énfasis mío). El Apóstol usa una palabra que él conocía bien; la que usaría un sastre (o un tejedor de tiendas) para hablar de cortar recto o con exactitud. Esta figura literaria significa “cortar un camino recto” y en términos teológicos viene a decir que “manejemos la Palabra correctamente” o que “la impartamos sin desviación”.

Si queremos volver a ser conocidos como “la gente del Libro”, sin duda, tendremos que merecérnoslo y esforzarnos un poco para ser fieles transmisores de la preciosa Palabra que Dios ha puesto en nuestras manos. La tarea es tuya y mía.

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