Son las 7:30 de la mañana y el despertador suena en mi mesilla de noche con ese horrible soniquete electrónico: pipipi, pipipi, pipipi… Hoy va a ser un gran día, me digo a mi mismo. Quito las sábanas de un enérgico empujón y dando un salto me voy silbando hacia la ducha. Me afeito, me pongo mi desodorante y el perfume de las ocasiones especiales. Hoy va a ser un gran día. Abro el armario y descuelgo de la percha, muy cuidadosamente, el traje que me compré para la ocasión. La operación requiere sumo cuidado. Los pantalones, con un brillante cinturón de piel negra. Saco la lengua mientras maniobro los difíciles botones de la camisa. Unos gemelos cierran los puños. Va a ser un gran día. Me ajusto la camisa, subo los cuellos y coloco la preciosa corbata de seda color burdeos que me aconsejó el asistente personal de la tienda de ropa. Menudo nudo italiano que me he puesto. Hoy va a ser un gran día. Solo queda la chaqueta que me pongo con el cuidado suficiente como para no arrugarla. Cierro el botón y listo. Estoy preparado, todo un dandy.

Pero no puedo ir a la entrevista de trabajo con este rugido en mis tripas. Voy a comer algo. Me decido por un clásico: un café con leche y un par de tostadas con mantequilla y mermelada de fresa. Hoy va a ser un gran día.

Preparo todo. La taza con el café sobre la mesa. Las tostadas en un pequeño plato ya con su mantequilla y su mermelada y una servilleta de papel por si las moscas. Me dispongo a sentarme cuando de pronto, la corbata como con vida propia sale de su guarida tras la chaqueta y decide beberse mi café metiendo la punta en la taza. La seda, muy noble ella, absorbe el café con rapidez antes de que, de un salto, me retire de la mesa para evitar el ya inevitable accidente. Menuda mancha, vaya forma de comenzar un gran día.

No puedo cambiarme, no tengo otra corbata que vaya a juego con mi traje, y por supuesto no puedo ir sin corbata, así que aunque no quiera tengo que apañarme. Intento razonar. La punta de la corbata no se ve si mantengo la chaqueta cerrada. Esa es buena idea, no debo abrir la chaqueta durante la entrevista.

Llego a mi cita puntual, como siempre. Son las 8:57 y me llaman a las 9:02. Ellos también son puntuales. Ya es la última entrevista y estoy nervioso pero a su vez estoy seguro de que me seleccionarán. Soy lo que ellos buscan y esta empresa es lo que yo busco para mí. ¡Pase!, me dicen. Yo obedezco. En frente, 5 personas me miran de arriba abajo con simpatía y aprobación. Esto está hecho. Me indican, siéntese. Obediente, con mis manos un poco sudorosas hago el gesto, abro mi chaqueta y… zas la corbata hace su aparición en escena. Me han traicionado los nervios. He olvidado completamente que no debía abrir la chaqueta. Todos desvían su atención hacia mi corbata, ahora con desaprobación.

Tres días más tarde. Una carta en mi buzón. En la cabecera: Limpieza de Corbatas en seco, s.l. Leo: Estimado Sr. Marín… Bla, bla, bla, bla, bla, bla, blablabla… no ha sido seleccionado para el puesto… bla, bla, bla… no reúne los requisitos necesarios para el desempeño del cargo… bla, bla, bla… Un cordial saludo.

Esta anécdota podría sucederle a cualquiera. Un pequeño desliz puede hacer que alguien nos juzgue y nos desapruebe. El Sr. Marín creyó ser una persona ordenada, seria, responsable, limpia, trabajadora pero no supo estar a la altura de las circunstancias. Pensó que un pequeño fallo podría pasar desapercibido y sus pretensiones de tener un gran día no se verían afectadas por él.

La Biblia ya nos advierte de algo parecido pero en un grado de importancia muy superior. Dice:

La obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará.

Lo deja muy claro. Las manchas de tu vida, por pequeñas que creas que son, serán todas sacadas a la luz y expuestas públicamente. Y esto es así precisamente porque Dios conoce todo lo que hay en tu vida y en tu corazón. Dios es Dios. De nuevo la Biblia nos lo enseña:

Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta.

En el caso del Sr. Marín las implicaciones son soportables. Tendrá que seguir buscando trabajo e intentar cuidar mejor los detalles en la próxima entrevista. Pero no es así en las cosas espirituales, en lo que atañe a tu relación con el único Dios eterno, el Dios de la Biblia.

Santiago, hermano de Jesús, nos dice en su carta universal, es decir, válida para todos y para todos los tiempos:

Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un solo punto, se hace culpable de todos. Incluso esforzándome con todas mis fuerzas por ser el mejor, con mi preciosa camisa limpia, mi perfume y mi traje de marca, una pequeña mancha en mi corbata de cara seda me hace igual ante los ojos de Dios que el pobre indigente que viste de harapos sucios y malolientes. Cosa dura y difícil de entender es esta.

Aun siendo así, vamos a intentar razonar estas cuestiones sin ningún tipo de prejuicio. Acerquémonos a la palabra de Dios para ver qué es lo que él dice y no lo que nosotros queremos creer.

1. ¿De qué ley habla Santiago en su carta? Debemos dejar claro que la ley de la que Santiago nos habla aquí es la ley de Dios que recorre la Biblia desde el principio hasta el final. La que Dios mismo reveló al profeta Moisés. En definitiva: los 10 mandamientos (lee en Éxodo 20).

1. No tendrás dioses ajenos delante del Dios verdadero.

2. No te harás imágenes ni te inclinarás ante ellas adorándolas

3. No tomarás el nombre de Dios en vano

4. Reserva el día de reposo para Dios

5. Honra a tu padre y a tu madre

6. No matarás

7. No cometerás adulterio

8. No robarás

9. No hablarás contra otros falsos testimonios

10. No codiciarás

Me puedes decir, lo he oído cientos de veces, yo no mato, ni robo, ni soy codicioso. Entonces yo te digo: ¿Has mentido alguna vez? ¿Una de esas mal llamadas “mentiras piadosas”? Voy más allá todavía ¿Le has dado a alguna persona, cosa o circunstancia más importancia que a Dios alguna vez? Si eres sincero contigo mismo llegarás a la siguiente conclusión: No he podido cumplir perfectamente la ley. He cometido alguna vez pequeños (o grandes) fallos en mi vida.

2. Vale, puedes decirme ahora que ya sabes que al menos alguna vez has pecado: soy culpable de pecar alguna vez, como todos.

Llevas razón. Ya lo dice Dios, de nuevo en su palabra: No hay justo ni aún uno.

Por muy buenas que nos creamos las personas somos incapaces de cumplir todas y cada una de las leyes de Dios sin caer ni una sola vez a lo largo de toda la vida. Esa es la verdadera naturaleza del ser humano.

3. Quizás lo siguiente que puedas decirme, yo mismo lo decía, sea: Pero no soy el peor desde luego y siempre que puedo trato de hacer el bien. Intento ser feliz sin molestar a nadie.

Voy a enseñarte otras palabras que pueden sonarte muy duras pero que Dios mismo inspiró a Isaías. El Señor le está explicando lo que son para Dios nuestros buenos actos:

…todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia.

4. ¡Menudo Dios el de la Biblia! Así no hay nadie que pueda permanecer con él.

¡Efectivamente! Dios no puede estar cerca del pecado. El es perfectamente santo, odia el pecado y lo juzgará porque también es perfectamente justo. Nadie puede estar delante de Dios porque nadie es justo y todos hemos pecado.

Mucha gente se ha hecho una idea en su mente de cómo es Dios: Es un buenazo y no me va a castigar porque él es amor. Han desterrado de su mente otras ideas como la de justicia, santidad o incluso pecado. La realidad de nuevo es muy diferente y Dios mismo se revela y nos dice que las cosas no son así. Dios castigará con toda su ira, justa y santa, el pecado y no habrá remedio después de que hayas muerto. El infierno, por impopular que sea, es real y está desgraciadamente lleno de personas que sincera pero realmente han estado equivocadas durante toda su vida.

Si has seguido mi argumento hasta aquí, deberías estar muy preocupado por tu situación delante de Dios. Preocupado sí pero no desesperado. Existe una solución y es la mejor noticia que hoy podría darte.

Jesús, el Mesías, vino a este mundo con una misión cuando nació en un pesebre en Belén. El consiguió durante toda su vida cumplir con la totalidad de la ley. El, Dios mismo, el único que tenía la capacidad de hacerlo, se hizo hombre para vivir como un ser humano, sentir la tentación, las dificultades, la necesidad de comer y de dormir, etc. para entenderte a ti como persona y finalmente murió, sin merecerlo.

La muerte es el castigo de Dios por el pecado del hombre, nos dice la Biblia. Pero si él no pecó ¿cómo puede ser que muriese? Jesús, en la cruz, sufrió el castigo de Dios, la ira y el desamparo de su propio padre para que alguien pagase por los pecados de los hombres. Jesús sufrió y pago por lo que tú deberías sufrir y pagar a causa de tus pecados. ¡Qué gran amigo! Dio su vida por ti y te ofrece su justicia, el pago de tus pecados de forma gratuita.

Y puesto que murió sin haber cometido ningún pecado, la muerte no pudo retenerlo y resucitó. Y esa prueba, de la que hay muchos testigos, es la que nos asegura y confirma la realidad de la salvación. Jesús resucitó porque es el único que venció a la muerte para regalarte la salvación.

Sólo queda una cosa por hacer: aceptar gratuitamente la salvación que Jesús te ofrece y te regala del castigo de tus propios pecados. Él lo ha hecho todo por ti, no tienes nada que añadir a su perfecta obra, salvo creer en la efectividad de ella:

Que si confesases con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo.

Todo lo que creas que puedes hacer o añadir sólo te aleja de la verdadera forma de acercarte a Dios, a través de Jesucristo. Por eso Jesús dijo: yo soy el camino, y la verdad y la vida. ¿Lo entiendes? ¿No te parece increíble y maravilloso? Te invito, por tanto, a que confieses que Jesús es el Señor y creas en tu corazón que él murió para pagar por tus pecados. Entonces serás salvo desde hoy y para toda la eternidad.

Nuestras manchas, como la de la corbata del Sr. Marín, todavía siguen ahí, pero ahora Dios no las puede ver. Es como si Jesús nos hubiera puesto un traje de la mejor tela, hecha con su propia sangre, que recubre de forma impenetrable todas nuestras suciedades, todos nuestros trapos de inmundicia y nos hace aceptables a los ojos de Dios.

Ahora Dios nos ve a través de la justicia de su Hijo. Es como si fuésemos santos porque Dios ve la santidad de Cristo, como justos porque ve la justicia de Jesús, como hijos porque Jesús nos ha hecho sus hermanos.

Cree en el Señor Jesús hoy mismo y podrás pasar a formar parte de la familia de Dios. Serás hecho heredero con Cristo de las increíbles riquezas espirituales de nuestro Dios. ¿Puede haber mejor noticia que esta?

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