Escúchame amor deleitoso y te hablaré.

Ven que quiero descubrirme tras la luz de tu añorada sonrisa, ante la cual mis
pensamientos sombríos se desvanecen e inspirado en ella dirigirme a ti; y a quién más
sino a ti, que nunca dejaste de ser amiga, confidente, amante; a ti que siempre me has
entendido, incluso cuando he guardado silencio.

Fue mi vida sin ti, como oscura noche colmada siempre con dolor de ausencia. Dormía,
pero mi corazón velaba; porque mujer virtuosa como tú, ¿Dónde hallarla? ¡Porque tú
estima sobrepasa largamente a la de las piedras preciosas!

Te hallé; y encontré el bien, como prueba inequívoca de la benevolencia divina,
reservada para mí cual secreto de los arcanos.

Levántate ahora ¡Oh amiga mía! ¡Hermosa mía! y ven. Porque he aquí ha pasado el
invierno, se ha mudado ya; la lluvia se ha ido, se han mostrado las flores en los
campos, el tiempo de la canción ha llegado y en nuestros valles se oye la voz de las
aves migratorias al son que las vides dan su olor; olor como el de las uvas doradas de
Copacabana.

Atiende a mi voz paloma mía que estás entre los agujeros de las peñas, en lo escondido
de escarpados parajes y ven; porque mi cabeza está llena del rocío de la aurora y mis
cabellos de las gotas de la noche. Conmueve tu corazón dentro de ti perfecta mía y
levántate para romper cerrojos en favor de tu amado; yo cruzaré la noche hasta tu
jardín, partiré la luna en dos como muestra de amor y te daré mi serenata, mientras me
deleitas con tu hablar cadencioso que me tiene enfermo de amor.

Levántate rauda, y ponme como un sello sobre tu corazón, como una marca sobre tu
brazo; porque fuerte como la muerte es el amor, tanto que las muchas aguas no podrán
apagarlo, ni los muchos ríos ahogarlo.

Prendiste mi corazón amada mía; lo cautivaste con tu donaire y tus modestos andares,
que hacen centellear la gargantilla dorada en tu cuello. Tu estatura es semejante a la
palmera; tu cuerpo como claro marfil cubierto de zafiros, que por su belleza se torna
codiciable; eres obra de arte de excelente maestro; tus manos como anillos de oro
engastados en jacintos, tus mejillas como una era rebosante de fragantes flores.
Miel destilan tus labios y panal de dulzura hay debajo de tu lengua; tus ojos son como
palomas junto a los arroyos de las aguas frescas, tus dientes de blanco puro a la
perfección colocados.

¡Cuán hermosos son tus amores!, ¡Cuánto mejores que el vino!; y el olor de tus
perfumes, que todas las especias aromáticas. Ven pues ahora amor mío, recorramos los
campos floridos; allí su aroma y las corrientes susurran su canción. Ven,
embriaguémonos de amores hasta la mañana y hagamos bendito nuestro manantial
hasta el claro despertar de un bello día.

¡Apresúrate amada mía! No hagas tu esperar al amor hasta que quiera, que luego nos
espera nuestro lecho que es de flores y azucenas, entre aromas de eucaliptos.


Basado en el libro de Cantar de los cantares

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Basado en el Libro de Cantar de los Cantares

 

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