Leía el otro día en un foro de internet el comentario de un joven que aseguraba que no se podía encontrar en ninguna parte de la Biblia una declaración de Jesús afirmando ser Dios. Probablemente, éste muchacho esperaba encontrar en las Sagradas Escrituras unas líneas expresadas en términos lingüísticos propios de nuestra época, y aunque desconozco que tipo de frase sería satisfactoria y concluyente para este chico, si de algo estoy seguro, es que alguien que hable de esta manera desconoce totalmente la Biblia y el contexto en la que fue escrita.yo soy el camino presentacion definitiva 1 638

Cuando Cristo usaba los antiguos “YO SOY” se identificaba directa y claramente con el Dios de los patriarcas, aquel que al revelarse a Moisés y ser preguntado cuál era su nombre, respondió: “YO SOY EL QUE SOY” (Ex. 3:14). Este es el nombre que conocemos como “YAHVÉH”, en su forma tardía usada por los judíos masoretas que añadieron vocales al no querer usar el “nombre impronunciable” (“YHWH”, en el original Hebreo), o “JEHOVÁ”, tal y como ha llegado a nuestros días en su forma latina.

Es de vital importancia recordar que en el pensamiento oriental el nombre era mucho más que una palabra, se consideraba un indicativo del carácter y naturaleza de una persona. Entonces, de forma muy resumida, podemos decir que con éste nombre Dios revela parte de su carácter y de su esencia divina; él es eterno, siempre ha sido y será, y su existencia no depende de ninguna causa ni poder externo “…el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo” (Is. 57:15). Dios es inmutable, no cambia ni hay variación en él, es “…el mismo ayer, y hoy, y por los siglos.” (He. 13:8). No sólo eso, sino que al expresarse con un nombre propio se convierte en un Dios personal para nosotros, hablándonos de la certeza de que será fiel a su pacto y promesa de salvación y redención: “…y seré vuestro Dios; y vosotros sabréis que yo soy Jehová vuestro Dios…” (Ex. 6:7).

Por lo tanto, al usar Jesús el conocido “YO SOY” e identificarse con el nombre de Yahvéh, no sólo se alineaba con el Dios de los patriarcas, sino que asumía todo el significado del nombre expresando su igualdad y eternidad con Dios Padre. Fijémonos cómo los judíos de la época entendieron perfectamente las palabras de nuestro Señor: “…Antes que Abraham fuese, yo soy. Tomaron entonces piedras para arrojárselas…” (Jn. 8:58-59). ¿Por qué? ¡Por declarar ser eterno! Podemos añadir que este mismo concepto fue el motivo (desde el punto de vista humano) por el que Jesús acabó en una cruz, por declarar ser Dios ante el sumo sacerdote y todo el concilio: “El sumo sacerdote le volvió a preguntar, y le dijo: ¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito? Y Jesús le dijo: Yo soy…Y todos ellos le condenaron, declarándole ser digno de muerte.” (Mr. 14:61-64). Así, encontramos multitud de afirmaciones parecidas a lo largo y ancho de todos los Evangelios: “Y Jesús les respondió: Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo. Por esto los judíos aun más procuraban matarle, porque no sólo quebrantaba el día de reposo, sino que también decía que Dios era su propio Padre, haciéndose igual a Dios.” (Jn. 5:17-18).

Precisamente por eso, por ser Dios encarnado, Jesús puede afirmar cosas como: que él es el camino (no que conoce el camino, sino que él mismo es la única vía de acceso al Padre); que él es la verdad (no que conoce la verdad, sino que él en si mismo es verdad absoluta y con mayúsculas); y que él es la vida (no que conoce el secreto de la vida eterna, sino que solamente en su persona podemos encontrar la fuente de agua viva que fluye para siempre, cf. Jn. 4:14). En definitiva, Jesús es el único camino porque él es la verdad absoluta y la vida eterna. Nunca nadie en toda la historia de la humanidad ha hablado en términos tan excluyentes y llenos de autoridad, porque si Jesús es el único “camino verdadero y viviente” (otra forma legítima de traducir el texto), significa que todos los demás caminos, pensamientos, filosofías y religiones varias; ¡son mentira, solo hay muerte en ellos! “Nadie viene al Padre sino por mí” le recuerda a Tomás en el mismo versículo (14:6). No alcanzamos la salvación a través de un principio o de una fuerza, ni siquiera a través de la teología, ¡sino a través de una persona! Cuan diferente es esto de las normas impuestas por la religión humana, cuan lejos está de nuestra propia justicia o esfuerzos. Tan sólo podemos ser salvos entrando en una relación personal con Jesucristo: arrepintiéndonos, entregándonos, amándole, conociéndole, obedeciéndole y deleitándonos en su compañía.

Pero aún hay más; es realmente tierno y sorprendente considerar la ocasión en la que Jesús declara estas verdades ante unos discípulos atemorizados, “No se turbe vuestro corazón…” (14:1) ¿Y por qué les tiene que consolar? Porque les ha dicho que se van a separar, que ya no comerán ni beberán juntos la pascua hasta que se encuentren en el reino de los cielos, que esa noche va a ser entregado por uno de ellos, y que todos se escandalizarán de él, dejándolo sólo. Ante éste panorama desolador, estando llenos de confusión y temor, Jesús conforta sus corazones con la más pura y firme de las esperanzas: “En la casa de mi padre muchas moradas hay…voy, pues, a preparar lugar para vosotros… (14:2). El Señor se preocupa más por aquellos que ama que por sí mismo, y en la hora más oscura, cuando llega “…la potestad de las tinieblas” (Lc. 22:53) les declara la más hermosa de las verdades: “…vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis.” (14:3). Jesús no es solo el camino ¡sino también el DESTINO!

Quiera Dios mostrarte si eres tú uno de los que están transitando por el otro camino, aquél que las Escrituras llaman “el camino ancho” (Mt. 7:13). Recuerda la experiencia de los hijos de Aarón, que siguiendo sus propias normas ofrecieron a Dios “fuego extraño” que él nunca mandó y fueron fulminados en el acto (Lv. 10:1). Examínate cuidadosamente, no sea que al llegar a la eternidad descubras que la advertencia de Salomón se ha convertido en tu fatídico epitafio: “Hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino de muerte.”

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