santidad RETIRO DE MUJERES EN PALMA DE MALLORCA

Introducción

Podía haber elegido un tema más popular o más atractivo, pero me temo que no ha sido así. En mi tiempo devocional estoy leyendo y estudiando a fondo la vida de José, que es fascinante, y que ha sido un reto para mi vida. Tan fiel a su Dios, tan noble, tan íntegro en todo, y ¿por qué era así? “porque Jehová estaba con él”. Esta pequeña frase se repite muchas veces en la vida de José, y esa es la clave, que el Señor estaba con él y él era fiel a su Señor, no quería pecar contra Dios “¿cómo, pues, haría yo este mal, y pecaría contra Dios?”. Estas palabras salieron de su boca cuando la mujer de Potifar quiso adulterar con él, pero él se negó. Yo deseo ese temor de no pecar contra Dios en mi vida.

Lo que necesito y necesitamos todos los creyentes es ser más santos y caminar en santidad. Es un tema muy serio y esencial porque “Sin santidad nadie verá al Señor” (Hebreos 12:14).

Así que, para que tengamos una idea más clara de lo que voy a hablar, he dividido el tema de la santidad en dos partes. La primera charla, tendrá que ver con la definición y la teoría de la santidad y la santificación, y la segunda charla, que será esta tarde, tendrá que ver más con la práctica, cómo caminar en santidad en mi propia vida y los medios que nos puedan ayudar.

Espero con la ayuda del Señor que salgamos todas bendecidas y con una visión más clara de lo que implica andar o caminar en santidad en cada área de nuestra vida y de nuestro ser entero.

¿Qué es ser santos?

“Sed santos porque yo soy santo” (1ª Pedro 1:14-16). La base para exigir santidad en nuestras vidas es porque Dios es santo.

Por lo tanto, antes de analizar nuestra santificación, tenemos que ir un paso más atrás y entender qué significa que Dios es santo. “¿Quién no te temerá, oh Señor, y engrandecerá tu nombre? Porque tú solo eres santo” (Apocalipsis 15:4). Solo Él es infinita, independiente e inmutablemente santo. Con frecuencia Dios es llamado “El Santo” en la Escritura. Es pureza absoluta, “magnífico en santidad” (Éxodo 15:11).

La palabra santo o santidad significa “estar separado o apartado de lo común”, pero también significa “estar dedicado a otra cosa”. La santidad de Dios es su separación de todo lo que no tiene que ver con Dios. Él es especial, Dios es tan alto, tan sublime, tan hermoso, tan separado de lo corriente y ordinario. Es tan puro que no puede ver el pecado ni la maldad. Cuando decimos que Dios es santo, estamos señalando la gran diferencia que existe entre Él y todas las criaturas. Es tan majestuoso, que es digno de ser honrado, alabado y adorado.

Cuando Isaías tuvo la visión de Dios en su trono (Isaías 6:1-13) el cántico de los serafines era “Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria” (v.3). Es la repetición de una sola palabra “santo”. Los judíos del Antiguo Testamento tenían diferentes técnicas para indicar énfasis. Una de ellas era el método de la repetición de palabras. Jesús mismo usó la repetición de palabras “De cierto, de cierto os digo”. Esto significaba que lo que iba a decir era de suma importancia. Sin embargo la Biblia raramente repite algo hasta tres veces seguidas. El hacerlo, como aquí en Isaías, es elevarlo a un grado superlativo y darle un énfasis de muchísima importancia.

En las Escrituras no encontramos ningún atributo que se menciona tres veces seguidas como este de santo, santo, santo. No se dice que Dios es amor, amor, amor; o que es misericordioso, misericordioso, misericordioso. Isaías vio la santidad de Dios y como consecuencia vio su pecaminosidad y suciedad espiritual. Cuanto más nos acercamos al Señor, más conscientes seremos de nuestro pecado. Isaías reconoció su pecado de labios y de su pueblo, y cayó con la culpa sobre sí. Pero Dios no lo dejó en este estado, proveyó limpieza y envió a un ángel para sanarlo. Su pecado y culpa fue limpiado y quitado. Ya era una nueva persona, preparada para la misión que se le iba a encomendar: “¿a quién enviaré? Envíame a mí”.

Volvamos a nuestra definición de la palabra “santo”. Uno de sus significados principales es “separado”, que viene de la palabra “cortar o separar”. Dios está por encima y más allá de nosotros. Cuando la Biblia llama a Dios “santo”, significa principalmente que Él está por encima de todos nosotros, es estar “separado” de todo lo común y corriente. No es meramente una cualidad moral o ética de que Él es puro, que lo es sino mucho más.

Solo Dios es santo por naturaleza, las demás personas o cosas santas, primero tuvieron que ser consagradas o santificadas por Dios. Solo Dios en sí mismo es santo y solo Él puede santificar a lo demás. Él puede hacer que lo común se convierta en algo especial, diferente, separado. Por ejemplo la tierra que pisó Moisés cuando vio la zarza ardiendo, Dios le dijo que se descalzara porque la tierra que pisaba era santa. ¿Cuál era la diferencia de cualquier otra tierra? que Dios estaba presente y por eso era santa. El templo era santo, algunos utensilios utilizados en el templo, el pueblo de Dios es santo, los creyentes somos llamados santos etc.

Por lo tanto, es bajo esta visión de Isaías que tenemos que ser santos como nuestro Padre celestial es santo. Sin entender su santidad difícilmente entenderemos cómo ser nosotros santos y caminar en santidad.

¿Qué es la santificación?

La santificación es una obra progresiva de Dios y del hombre que nos lleva a estar cada vez más libres del pecado y a ser más semejantes a Cristo. Somos salvados para vivir en santidad, el objetivo de la redención es la santidad.

Aunque el creyente ha sido perdonado y limpiado de su pecado por la obra de Cristo en la cruz, eso no quiere decir que haya eliminado de su vida todo pecado. El creyente no está aun amoldado a la imagen de Cristo, esto era lo que el apóstol Pablo buscaba: “…hasta que Cristo sea formado en vosotros” (Gálatas 4:19). Aunque hemos sido liberados del poder y dominio del pecado, no quiere decir que se ha eliminado todo pecado de nuestro corazón, todavía pecamos y pecaremos mientras estemos en esta vida y en este cuerpo de nuestra humillación.

El verdadero creyente siempre tendrá esa lucha con el pecado, siempre habrá un conflicto en su corazón. Tenemos que tener claro que aunque el pecado permanece, no por ello debe tomar dominio de nosotros. Hay una total diferencia entre que el pecado sobreviva y que el pecado reine: “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado” (1ª Juan 3:9). Como dice John Murray en su libro “La redención consumada y aplicada”: “Es el objeto de la santificación que el pecado sea más y más mortificado, y la santidad alimentada y cultivada”.

Diferencias entre la justificación y la santificación

Creo que muchos llamados cristianos confunden estos dos términos, y por ello veo conveniente el que veamos las diferencias entre ellos.

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Posición legal / Condición interna
La justificación es un acto declarativo de Dios, somos pecadores pero Él nos considera justos por la obra de Cristo. Él como juez nos declara justos: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1). Sin embargo la santificación es una condición interna de nuestra lucha con el pecado, es algo subjetivo y no objetivo.

Hay una frase muy famosa de Lutero para captar esta idea:”Simul justus et peccator”. Significa: “Justo y pecador al mismo tiempo”. Somos justos en Cristo, a través de Cristo y por Cristo, mientras aun luchamos contra nuestro pecado.

Una vez para siempre / Continúa durante toda la vida

La justificación es una vez para siempre, cuando Dios nos da la vida en Cristo Jesús y nos regenera es un acto único, irrepetible. Es el nuevo nacimiento, o estamos vivos o estamos muertos, no podemos estar vivos de forma parcial o a medias. Sin embargo en la santificación es un proceso gradual que va a durar toda la vida. Nuestra santificación empieza con nuestra justificación. Sin justificación no hay santificación, pero en cuanto somos justificados, entonces empieza nuestra santificación, porque hemos sido salvados para ser santos.

Es por completo obra de Dios / Nosotros cooperamos

Es Dios como juez quien nos justifica y declara justos ante Él, nosotros no podemos hacer nada, es obra absolutamente divina. En nuestra salvación la obra es enteramente de Dios trino. Pero en la santificación se nos llama y exhorta a actuar, a participar “Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor…” (Filipenses 2:12-13). En Romanos 6:11-12, hay expresiones como “consideraos muertos al pecado, … no reine, pues el pecado en vuestro cuerpo mortal”. En Romanos 8:13 Pablo dice “si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis”. En Colosenses 3:5 “Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia que es idolatría”; 1ª Timoteo 6:12 “Pelea la buena batalla de la fe”; 2ª Timoteo 2:22 “Huye también de las pasiones juveniles, y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor”; Efesios 4:22:24 “En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente”; 2ª Corintios 7:1 “…Limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor del Señor” . En todos estos versículos se nos exhorta a luchar, pelear, a ocuparnos, a limpiarnos etc. porque el propósito de la redención es nuestra santificación y somos nosotros los que tenemos que actuar con la ayuda del Espíritu Santo.

Perfecta en esta vida / No es perfecta en esta vida

La justificación es perfecta en esta vida, ya estamos seguros, estamos salvados y Dios nos reconoce como justos, no cabe duda de ello. Es una justicia perfecta, porque así Cristo Jesús la ganó para nosotros. Nada ni nadie la puede destruir ni dañar, es una justicia perfecta. Ahora bien, nuestra santificación no es perfecta “Limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2ª Corintios 7:1). El que seamos justos no quiere decir que seamos perfectos. O.P. Gifford ofreció el siguiente ejemplo para describir la diferencia:

“El buque de vapor cuyo mecanismo está roto puede traerse al puerto y atarse al muelle. Está a salvo, pero no sano. Las reparaciones pueden durar largo tiempo. Cristo planea hacernos tanto salvos como sanos. La justificación proporciona lo primero, estar a salvo; la santificación proporciona lo segundo, estar sanos”. Y esa reparación va a durar toda nuestra vida.

Igual para todos los cristianos / Más en unos que en otros

Un creyente no está más justificado que otro. No importa lo que unos u otros hayan hecho, quizás uno fue un terrible pecador envuelto en los más terribles de los pecados, y otro, aunque pecador, no se manchó tanto con el fango del pecado. Sin embargo, cuando Dios justifica a uno y al otro lo hace de igual manera. Es una obra soberana y única en cada ser, pero los dos son igualmente justificados, no es uno más que el otro, porque la obra y justicia de Cristo se imputa sobre ambos por igual. Pero cuando hablamos de la santificación sabemos incluso por experiencia, que hay creyentes que son más santos que otros. Todos santos, pero unos han llegado a ser más semejantes a Cristo que otros. Y eso solo tenemos que ser honestos y mirarnos unos a otros para darnos cuenta de esta verdad.

El proceso de la santificación

La santificación comienza con la regeneración. Se produce un cambio radical, una vez que hemos nacido de nuevo, no podemos continuar pecando como un hábito o estilo de vida (1º Juan 3:9) “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado”, porque el poder de la nueva vida espiritual dentro de nosotros nos guarda de ceder a la vida de pecado.

Luego este paso inicial en la santificación involucra un rompimiento definitivo con el poder dominante y amor al pecado, de manera que el creyente ya no está más controlado o dominado por el pecado, y ya no le gusta pecar: (Romanos 6:11-14) “Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro. No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias; ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia. Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia”. El pecado ya no será nuestro amo como lo era antes de nuestra salvación.

Frecuentemente nos relajamos en cuanto a nuestra santidad. Tendemos a dejar que pequeños pecaditos (si es que podemos llamarlos así) o pequeñas zorras echen a perder las viñas, entren en nuestra vida; un poco de orgullo, alguna mentira, pero piadosa por supuesto, alguna que otra exageración, algún chisme etc.

Tenemos que ser conscientes de dos verdades, una, que nunca podremos decir que estamos completamente libres de pecado, porque nuestra santificación nunca será completa aquí en la tierra. Pero por otro lado tampoco podemos decir que nos rendimos ante cualquier pecado, “soy así y seguiré siendo así siempre”. Decir eso es admitir la derrota y decir que el pecado te domina además de que es un engaño y error.

La santificación es un proceso que continúa a lo largo de toda nuestra vida cristiana. Aunque Pablo dice que hemos muerto al pecado en Romanos, no obstante, reconoce que el pecado permanece en nuestras vidas, pero nos anima a que no reine y que no cedamos ante él. Siempre va a ver una lucha encarnecida con el pecado.

En Romanos 6 nos habla de que el cuerpo de pecado ha sido destruido, y que ya no servimos más al pecado, pero ¿en qué sentido ha muerto? Primero, que ya no es nuestro amo, no tiene dominio completo sobre nosotros, y segundo, ya no nos lleva al infierno, no nos condena. Pero aunque haya estas dos razones, no quieren decir que haya dejado de existir.

A lo largo de nuestra vida vamos siendo transformados de gloria en gloria “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2º Corintios 3:18), y en Hebreos 12:14, se nos exhorta a buscar la santidad sin la cual nadie verá al Señor.

La santificación se completará en la muerte (para nuestras almas) y cuando el Señor regrese (para nuestros cuerpos). Mientras estemos en esta vida seguiremos luchando con nuestro pecado, pero cuando muramos nuestras almas quedarán libres del pecado y serán perfectas (Hebreos 12:23) “A los espíritus de los justos hechos perfectos”. Sin embargo nuestra santificación involucra también nuestros cuerpos, y hasta que el Señor regrese y nos de un cuerpo glorificado, nuestra santificación no será completa (Filipenses 3:21) “El cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya (la de Cristo), por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas”.

Explicar la línea del proceso de la santificación, que no es una línea recta ascendente, sino con altibajos, pero siempre creciendo.

Dios y el hombre cooperan en la santificación

Hay creyentes que piensan que la santificación es una obra de Dios únicamente, pero yo creo que a la luz de toda la enseñanza de las Escrituras podemos decir con claridad que el cristiano coopera con Dios en la santificación. Con esto no quiero decir que tanto Dios como el hombre participan de la misma manera, pero sí trabajamos por el mismo propósito. Dios mismo nos llama a cooperar con Él en la santificación.

La parte de Dios

Ya que la santificación es sobre todo obra de Dios, Pablo oró: “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo“(1ª Tesalonicenses 5:23). Dios mismo produce en nosotros tanto el querer como el hacer por su buena voluntad (Filipenses 2:13). Cristo también es nuestra santificación (1º Corintios 1:30).

Pero es el Espíritu Santo el que obra en nosotros para cambiarnos y santificarnos (1º Pedro 1:2) “Elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo”. Debemos andar y ser guiados por el Espíritu (Gálatas 5:16-18)”Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y estos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis. Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley”; (Romanos 8:14)”Porque todos los que sois guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios”. El Espíritu Santo es el Espíritu de santidad y genera santidad dentro de nosotros.

La parte del hombre

Los santificados no están inactivos en el proceso de la santificación. Nuestra parte es que dependamos totalmente de Dios que nos santifica, y a la vez esforzarnos para obedecer a Dios y dar los pasos necesarios que nos van a ayudar a crecer en santidad.

Pablo nos exhorta a que “demos muerte a los malos hábitos del cuerpo”; “Que nos esforcemos en nuestra salvación con temor y temblor” (Filipenses 2:12). Debemos “buscar la santidad sin la cual nadie verá al Señor” (Hebreos 12:14). “Tenemos que apartarnos de la inmoralidad sexual, porque la voluntad de Dios es nuestra santificación” (1º Tesalonicenses 4:3). “Purifiquémonos de todo lo que contamina al cuerpo” (2ª Corintios 7:1). Esta clase de obediencia conlleva una lucha constante e involucra un gran esfuerzo de nuestra parte. Debemos hacer morir y apagar todo lo que sea pecado y pecaminoso, nuestros pensamientos, obras, palabras, intenciones, caracteres (Romanos 8:13).

En la santificación no hay atajos, como en muchas otras cosas en la vida, tenemos que confiar y agarrarnos a Dios y tenemos que obedecerle durante toda nuestra vida. Si descuidamos este esfuerzo nos convertimos en cristianos pasivos y perezosos.

Conclusión y aplicación

Por lo tanto, podemos resumir esta primera charla diciendo que puesto que Dios es Santo en su esencia, quiere y llama a su pueblo para que sea santo como Él.

Él quiere que nos apartemos del pecado y que seamos más como su Hijo Jesucristo. Ya que nosotros cooperamos con Dios y el Espíritu Santo en nuestra santificación, ¿estás preparada a someterte a Él y obedecerle en todo? ¿Te preocupa tu santificación, o has llegado a un punto donde estás conforme con tu vida espiritual? Dios nos libre de conformarnos con nuestro estado espiritual. Dios quiere que nos esforcemos en nuestra santificación y que hagamos morir el pecado en nuestras vidas. La voluntad de Dios para nosotros no es principalmente que seamos felices, sino que seamos santas, como Él es santo, porque su voluntad es nuestra santificación.

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