biblia 2La Biblia es una biblioteca compuesta por sesenta y seis libros escritos durante un período de aproximadamente mil quinientos años y dividida en dos partes principales: el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. El Antiguo Testamento contiene treinta y nueve libros, todos ellos escritos antes de la venida de nuestro Señor Jesucristo. El Nuevo Testamento contiene veintisiete libros, todos ellos escritos después de su venida a este mundo. Los tres idiomas usados para su redacción fueron hebreo, arameo y griego. Los escritores de estos libros pertenecieron a diferentes trasfondos, épocas, estatus social y profesiones, y en la gran mayoría de las veces no llegaron a conocerse entre sí. Encontramos entre dichas personas a reyes, legisladores, militares, pastores, sacerdotes, profetas, sabios, recaudadores de impuestos, médicos, pescadores y campesinos. A pesar de que la mayoría de los escritores no fueron contemporáneos, todos ellos escribieron diferentes partes de una misma historia, añadiendo y ampliando información hasta completar el canon bíblico. La revelación de la Biblia es progresiva y alcanza su cenit con la enseñanza del propio Hijo de Dios y de sus discípulos, los apóstoles. Aquello que aparece en estado embrionario en el Antiguo Testamento, se cumple al llegar al Nuevo Testamento. No podemos entender la Biblia correctamente sin la ayuda y simbiosis de sus dos partes. Lo que en uno eran sombras y prototipos, en el otro se convierten en realización y cumplimiento. Como alguien dijo una vez: “La Biblia es como un anillo de oro, sin principio ni fin”.

La razón por la cual estos hombres pudieron realizar una tarea inalcanzable para la capacidad humana, es explicada en la propia Biblia: “Toda la Escritura es inspirada por Dios”—nos asegura el Apóstol Pablo en 2 Timoteo 3:16— y el Apóstol Pedro nos recuerda el mismo concepto: “Porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 P. 1:21). La Biblia tuvo más de cuarenta escritores, pero un solo autor: Dios. La palabra inspiración nos habla de una actividad divina, es Dios mismo quien sopla, guía y dirige a través de su Espíritu Santo, protegiendo a la Biblia de error humano y entregándonos un documento de supremo valor para nuestra conducta y salvación. La idea misma de soplar nos explica como Dios respetó y valoró las propias características de los escritores incorporando a las Escrituras el lenguaje, la expresión, la capacidad, el temperamento, la habilidad y la experiencia de cada uno de estos hombres. No fueron anulados como vehículos de inspiración divina, sino que fueron colaboradores, aportando cada uno de ellos su personalidad y sus propias características. Podemos pensar en el ejemplo de una barca cuyas velas son sopladas de forma divina para llegar al destino que Dios desea, sin que la barca haya perdido las características y propiedades que poseía antes de iniciar el viaje.

La Biblia no solo declara ser divina, también lo demuestra por medio de diferentes pruebas y evidencias aportando argumentos sólidos —más allá de cualquier duda razonable— para que depositemos nuestra confianza eterna en ella. Recordemos que nuestra fe es una fe histórica, basada en hechos ocurridos a la luz del día y, en la mayoría de los casos, delante de testigos: “muchos han tratado de poner en orden la historia de las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas, tal y como nos lo enseñaron los que desde el principio lo vieron con sus ojos” (Lc. 1:1,2); “Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravilla, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de él, como vosotros mismos sabéis” (Hch. 2:22); “A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos” (Hch. 2:32); “¿Qué haremos con estos hombres? Porque de cierto, señal manifiesta ha sido hecha por ellos, notoria a todos los que moran en Jerusalén, y no lo podemos negar” (Hch.4:16); “Pues el rey sabe estas cosas, delante de quien también hablo con toda confianza. Porque no pienso que ignora nada de esto; pues no se ha hecho esto en ningún rincón” (Hch. 26:26); “Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad” (1 P. 1:16).

Nuestra fe no solo es histórica, también es inteligente y ni mucho menos es un salto al vacío ni tampoco un suicidio intelectual como algunos nos quieren hacer creer. Dice Paul Little: “la fe en el cristianismo está basada en la evidencia. Es una fe razonable. La fe en el sentido cristiano va más allá de la razón, pero no en contra de ella”.(1) El gran mandamiento exige que amemos a Dios con todo nuestro ser, incluyendo nuestras facultades mentales: “Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente” (Mt. 22: 37); también el apóstol Juan nos recuerda que las cosas y señales que Jesús hizo “se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Jn. 20:3). Las Escrituras nos exhortan a renovar nuestro entendimiento y nuestra mente (Ro. 2:2; Ef. 4:23) y nos asegura que “nosotros tenemos la mente de Cristo” ( Co. 2:6). Dios es un ser inteligente y nosotros —al ser hechos a su imagen y semejanza— también poseemos inteligencia (aunque en un grado muy limitado en comparación a él). Por tanto, cuando vamos a la revelación escrita que Dios nos ha dado encontramos información que podemos —y debemos— analizar y a la cual debemos responder con todas nuestras capacidades.

También es cierto que la Biblia es un libro espiritual y solo puede entenderse con una mente espiritual (1 Co. 2:14), pero eso no quiere decir que alguien con una mente carnal —no renovada— no pueda entender que está delante de un libro divino. De igual manera que alguien que declara no creer en Dios no tendrá ninguna excusa ante el Juez divino, ya que la propia creación es prueba suficiente de la existencia de Dios (Ro. 1:20); aunque el incrédulo no lo reconozca. Cuando hablamos de una fe inteligente no estamos diciendo que podemos entender completamente los designios de Dios, su persona o su revelación. Obviamente, nuestra mente finita no puede abarcar lo infinito y encontramos en la Biblia verdades misteriosas, cosas que no acabamos de comprender totalmente y por ello usamos nuestra fe ante lo que no podemos ver o comprobar. Confiamos en Dios por las cosas que entendemos y seguimos confiando en Dios para las cosas que no entendemos, de igual manera que un niño es capaz de confiar en su padre ante las cosas que no entiende porque experimenta día a día su amor y protección.

A continuación, vamos a considerar algunas de las pruebas o evidencias sobre la confiabilidad de la Biblia y su origen divino.

La transmisión del Antiguo Testamento

Los judíos tenían un respeto y un temor reverencial por sus escritos sagrados, si a esto añadimos la precisión y la minuciosidad con la que copiaban sus manuscritos nos da como resultado una transmisión altamente precisa del texto. Los talmudistas tenían un procedimiento complejo y meticuloso que aplicaban a la trascripción de rollos para la sinagoga. Estos copistas debían estar completamente bañados y hacer su trabajo vistiendo el traje completo judío. Usaban pieles tratadas de animales ceremonialmente limpias —hechas por un judío— y enlazaban las partes del rollo con lazos tomados —también— de un animal ceremonialmente limpio. Contaban los versículos, las palabras y las letras de cada libro. Calculaban la palabra que caía justamente a la mitad de cada libro, así como la letra central. Antes de escribir el nombre de Dios debían realizar diferentes rituales y si un manuscrito contenía siquiera un error, era descartado y destruido inmediatamente. Por este motivo y por la dificultad añadida de que un papiro dure más de 2.000 años, tenemos menos copias del Antiguo Testamento que del Nuevo.

Las siguientes son algunas de las normas que seguían los talmudistas: “Cada trozo de piel debe contener cierto número de columnas, y tales trozos deben ser uniformes a través del códice. Cada columna debe tener una altura entre cuarenta y ocho y sesenta líneas, con una anchura uniforme de treinta letras. El rollo completo debe ser diseñado con las primeras líneas, o trazos iniciales; si se escribieran tres palabras sin su primera línea, o trazo inicial, el rollo quedaría anulado y sin valor. La tinta debe ser de color negro, no rojo, verde, ni ningún otro color y debe ser preparada según una receta autorizada […] Ninguna palabra ni letra —ni siquiera una yod— debe escribirse de memoria, sin que el escriba mire el códice modelo que tiene delante de sus ojos. Entre cada consonante, debe insertarse el espacio de un pelo o un hilo, entre cada nueva sección —en hebreo parashah— debe haber el espacio de 9 consonantes, entre cada libro, el espacio de tres líneas. El quinto libro de Moisés tiene que terminar exactamente con una línea completa, pero los demás libros no tienen que terminar así”.(2)

En 1947 fueron descubiertos los Rollos del Mar Muerto en una cueva a doce kilómetros al sur de Jericó. Un total de más de 200 manuscritos y fragmentos que por ahora son los más antiguos que poseemos. Por ejemplo, es importante notar que las copias de Isaías encontradas eran idénticas a la Biblia modelo en hebreo en más del noventa y cinco por ciento del texto. La variación del cinco por ciento restante corresponde a deslices de pluma y variantes ortográficas que no afectan en nada al escrito bíblico. Que el texto sufriera tan poca alteración en más de 1.000 años confirma la fidelidad de la tradición masorética.

Los manuscritos del Nuevo Testamento

El material de escritura más común durante los tiempos bíblicos fue el papiro, fabricado de la caña de la planta del mismo nombre. Segundo en importancia tenemos el pergamino, material preparado con pieles secas de animales. Los escritos originales se perdieron hace mucho tiempo debido a la fragilidad de los materiales empleados. Lo que ha llegado hasta nosotros son los manuscritos; copias de los libros que forman el Nuevo Testamento. Hay más 5.600 manuscritos griegos conocidos, a esto hay que sumar más de 10.000 copias de la Vulgata Latina y más de 9.000 de otras versiones antiguas. En total sobrepasan ampliamente las 25.000 copias manuscritas de porciones del Nuevo Testamento.

Para darnos cuenta de la importancia de este hecho debemos comparar nuestro documento —llamado Nuevo Testamento— con otras obras de la literatura clásica. Al hacerlo, descubrimos que la cantidad de copias disponibles es inmensamente mayor que la de cualquier otra pieza de literatura antigua, no solo eso, si no que además los manuscritos son muy cercanos en el tiempo a la composición de los originales que representan (entre 50 y 250 años aproximadamente después de la redacción del Nuevo Testamento). Esto puede parecer mucho tiempo, pero no lo es si lo comparamos con el intervalo de tiempo entre las obras de los escritores clásicos y sus manuscritos.

La obra antigua con mayor número de copias —después del Nuevo Testamento— es La Ilíada de Homero. Fue redactada 800 años a. C. y poseemos 643 copias, siendo la más antigua de ellas del año 400 a.C. Esto arroja un intervalo de 400 años. Le sigue en importancia la obra de Demóstenes, redactada 300 años a. C., de la cual tenemos 200 copias con un intervalo de ¡1.400 años!

A partir de ahí, solo encontramos obras con un máximo de veinte manuscritos que en su mayoría pasan de los 1.000 años entre su fecha de redacción y las mismas copias. No es de extrañar que Ravi Zacharias llegue a la siguiente conclusión: “En términos reales, el Nuevo Testamento es seguramente el escrito antiguo mejor atestiguado en términos de la cantidad total de documentos, el intervalo entre los eventos y el documento, y la variedad de documentos disponible para apoyarlo o contradecirlo. No hay nada en la evidencia de los manuscritos antiguos que pueda compararse con esa disponibilidad e integridad textual”.(3)

Todo lo dicho no prueba que el Nuevo Testamento sea de origen divino —otras evidencias sí lo hacen, como las profecías—, pero lo que sí prueba es que la historicidad del documento antiguo-clásico más importante de todos los que existen está más allá de toda duda. Nadie se atreve a dudar de las demás obras antiguas, a pesar de ser muy inferiores en cantidad de copias e intervalo de las mismas con los originales.

La arqueología

La Biblia ha sido atacada en diferentes épocas por escépticos, y por teólogos liberales a partir del S. XVIII (la alta crítica). Se cuestionaba su autenticidad, su autoría y el tiempo de su composición. El desarrollo de una disciplina científica relativamente joven —como es la arqueología— ha ido arrojando luz sobre la veracidad de las Escrituras. Esto ha sido posible gracias a la gran cantidad y variedad de datos que se recogen en la Biblia: geografía, historia, genealogías, dinastías, guerras, tratados comerciales, acuerdos territoriales, costumbres, reglas sociales, leyes civiles, leyes ceremoniales, impuestos, monedas, arte, poesía, canciones, etc.

Es famoso el caso de uno de los arqueólogos más grandes de la historia: Sir William Ramsay. Debido a la influencia de la escuela histórica alemana, Sir Ramsay creía que el libro de los Hechos era un documento tardío y de ninguna confianza hasta que tuvo que realizar una investigación para un estudio topográfico del Asia Menor. Como resultado de ello, se vio forzado a considerar los escritos de Lucas. He aquí sus propias palabras: “Lucas es un historiador del primer nivel; sus declaraciones no meramente son de hecho dignas de confianza […] este autor debe ser ubicado junto a los más grandes de los historiadores […] La historia de Lucas no puede ser superada en cuanto a su confiabilidad”.(4)

Las profecías mesiánicas

Probablemente, las profecías más conocidas fuera de la revelación bíblica son las del francés Nostradamus (1503-1566); recogidas en su obra: “Las verdaderas centurias astrológicas y profecías”. Sus seguidores afirman que predijo todas las catástrofes mundiales desde su época y los acontecimientos más relevantes hasta el fin del mundo en el año 3797. La verdad es que sus escritos son tan ambiguos que se pueden aplicar a casi cualquier suceso o persona relevante de los últimos siglos de la historia (como de hecho ha sucedido). Si las comparamos con las profecías bíblicas la diferencia es abismal, ya que la Biblia ofrece una información clara y minuciosa, junto con detalles exactos que revelan la venida del Mesías al mundo.

Josh McDowell en su libro: Más que un carpintero, nos lo explica haciendo una analogía con la dirección donde vivimos: “El Antiguo Testamento contiene sesenta profecías mesiánicas importantes y unas doscientas setenta ramificaciones que se cumplieron en una persona: Jesucristo. Es útil que consideremos todas esas predicciones cumplidas en Cristo como si fueran su «dirección». Se lo explicaré. Es probable que nunca se haya dado cuenta de la importancia de su propio nombre y dirección, pero esos detalles le distinguen de los otros 6.000.000.000 millones y más de personas que también habitan en este planeta”.(5) El argumento de Josh es que Dios se preocupó de escribir una dirección en la historia donde solo su Hijo podría ser encontrado. Las credenciales del Señor Jesucristo —aparte de su enseñanza y sus milagros— fueron las profecías escritas acerca de su linaje, nacimiento, vida, muerte y resurrección; “Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían” (Lc. 24:27). Estas profecías fueron escritas —como mínimo— 400 años antes de su venida, que es la diferencia de años que hay entre el último libro del Antiguo Testamento y los primeros libros del Nuevo Testamento.

El profesor Meter Stoner en su libro Science Speaks (La Ciencia Habla), analizó matemáticamente la posibilidad de que una sola persona cumpliera todas las profecías del Antiguo Testamento. El señor Stoner lo calculó en base a que alguien hubiera cumplido ¡solo ocho profecías!, y nos dice que la probabilidad de que un hombre haya podido vivir hasta el tiempo presente y cumplir las ocho profecías, es de 1 entre 100.000.000.000.000.000. Pondremos un ejemplo para ayudar a entender lo asombroso de esta probabilidad. Imaginemos que convertimos esas probabilidades en monedas de euro; con ellas podríamos cubrir una superficie mayor que la de España, Portugal, las Islas Canarias y Baleares con una altura de un metro de monedas. Cogemos una de esas monedas y la marcamos, mezclándola con las demás. Ahora cogemos a un hombre, le tapamos los ojos y le decimos que puede viajar tanto como desee, pero que deberá coger una sola moneda del suelo y deberá ser la marcada. Increíble, ¿verdad? Verdaderamente, esta es una señal de autenticidad tanto de la inspiración de la Biblia como de la deidad de nuestro Señor Jesucristo; el Mesías esperado y profetizado desde la antigüedad.

Relación de las profecías mesiánicas más importantes

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Apunte sobre la ciencia

Parece que está de moda decir que solo es cierto lo que se puede probar científicamente. Debemos recordar a quien así se exprese que la ciencia está limitada a aquello que puede repetirse y comprobarse en un medio controlado. Así pues, hay multitud de hechos y situaciones que no pueden probarse científicamente al ser de naturaleza única e irrepetible o estar ubicadas en el pasado. Cosas tales como lo que has desayunado esta mañana, la película que viste anoche, el origen del universo, la resurrección de Jesús, la existencia de Charles Spurgeon o tu primer beso, no pueden ser comprobadas científicamente al no ser posible su repetición y observación. La ciencia trata del cómo de las cosas, nunca el por qué. La ciencia no puede probar que anoche fuiste al cine, pero hay pruebas y evidencias que cualquier tribunal tomaría como válidas para probar ese hecho: el ticket del cine, testigos oculares que te vieron, incluso tu descripción de la película. El escepticismo y la incredulidad de la mayoría de la gente no surgen de la falta de evidencias a favor de la Biblia, si no de su predisposición a no aceptar las implicaciones morales y espirituales que Dios exige: “El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta” (Jn. 7:17).

BIBLIOGRAFÍA

1. Josh McDowell: Nueva evidencia que demanda un veredicto, p. XXXII-III, Ed. Mundo Hispano, El Paso, (Texas), 2009.

2. Ibíd., p. 90

3. Ibíd., p. 45-46

4. Ibíd., p. 74

5. Josh McDowell: Más que un carpintero, p. 134-135, Ed. Unilit, Miami, 2008.

6. Biblia de referencia Thompson, p. 1495-98, The B.B. Kirkbride Bible Company & Ed. Vida, Deerfield, (Florida), 1996.

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