arrepentimientoDefinición por Sinclair Ferguson

“La fe y el arrepentimiento son doctrinas gemelas y no pueden ser separadas. Toda verdadera experiencia evangélica requiere ambas necesariamente. Si creemos de veras en Cristo, ha de ser con arrepentimiento; si nos arrepentimos de nuestro pecado, ha de ser con fe. Lo que es más, estas dos respuestas a la gracia de Dios no sólo están unidas en el momento de su nacimiento, sino que permanecen unidas, inseparables, durante toda la vida. Igual que continuamos confiando en Cristo como Señor y Salvador nuestro, continuamos en una vida de arrepentimiento”.(1)

Definición por Wayne Grudem

“El Arrepentimiento, como la fe, es una entendimiento intelectual (que el pecado es malo), una aprobación emocional de las enseñanzas de las Escrituras respecto al pecado (dolor por el pecado y odio hacia él), y una decisión personal de dejarlo atrás (renunciar al pecado y decidir con la voluntad abandonarlo y, a cambio, llevar una vida de obediencia a Cristo)”.(2)

Definición por el Catecismo Menor de Westminster

“El arrepentimiento para vida es una gracia salvadora, por la cual un pecador, con un verdadero sentimiento de su pecado, y comprendiendo la misericordia de Dios en Cristo, con dolor y aborrecimiento de su pecado, se aparta del mismo para ir a Dios, con pleno propósito y esfuerzo para una nueva obediencia”.(3)

Claramente, podemos ver que el arrepentimiento verdadero —o el arrepentimiento para vida, como a algunos les gusta llamarlo—, se compone de dos elementos; un reconocimiento doloroso de nuestro pecado y una firme resolución a abandonarlo. No podemos volvernos a Cristo si al mismo tiempo no abandonamos nuestro pecado. Un simple reconocimiento de nuestra propia maldad, si no va seguido de una decisión real de abandonar nuestra vida pecaminosa, no es un arrepentimiento verdadero. Leemos en Mateo 11:29: “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas”. El descanso para nuestras almas —la paz de la salvación—, no viene simplemente por reconocer a Jesucristo como Salvador, también es necesario recibirlo como Señor. Si verdaderamente hay un arrepentimiento genuino nos someteremos de forma natural a su palabra y dirección —su yugo—, en una vida de obediencia y confianza (aprender de él).

El Señor Ferguson, en su libro La vida cristiana, nos habla de ciertas características comunes en todo arrepentimiento: Un sentimiento de vergüenza por haber deshonrado a Dios y a nosotros mismos; que nos lleva a un estado de humillación donde tristeza y lamentación llenan nuestros corazones; y así aparece un rechazo del pecado que finalmente nos lleva a un verdadero arrepentimiento que nos trae el reconocimiento del perdón de Dios (Salmos 51 y 130).

Igual que con todo lo verdadero, el arrepentimiento tiene un falso imitador. Recordemos los ejemplos de Saúl (1 S. 15:24) y de Acab (1 Re. 21:27). Los motivos para mostrar un arrepentimiento temporal o aparente son varios; puede ser por miedo al castigo o a las consecuencias de nuestros actos, o puede ser debido a una manifestación aguda de nuestra conciencia después de haber cometido un gran pecado. Un simple reconocimiento de la propia maldad no lleva a un alejamiento permanente y verdadero del pecado, ni a una entrega a Cristo. Podemos incluso encontrar signos de tristeza en una persona bajo el efecto de la predicación o la evangelización o, tal vez, por la cercanía e influencia del pecado, sin que esto signifique arrepentimiento para vida (2 Co. 7:10).

¿Cuáles son, pues, las señales de un arrepentimiento verdadero según la Palabra de Dios?

A continuación vamos a analizar el pasaje clásico sobre las características morales que definen y autentifican el arrepentimiento.

“Ahora me gozo, no porque hayáis sido contristados, sino porque fuisteis contristados para arrepentimiento; porque habéis sido contristados según Dios, para que ninguna pérdida padecieseis por nuestra parte. Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte. Porque he aquí, esto mismo de que hayáis sido contristados según Dios, ¡qué solicitud produjo en vosotros, qué defensa, qué indignación, qué temor, qué ardiente afecto, qué celo, y qué vindicación!” (2 Co. 7:9-11).

Pablo menciona siete cosas:

1. Solicitud. Antes eran descuidados e indiferentes respecto a su forma de vivir y ahora han cambiado, mostrando una actitud sería y adecuada ante el pecado.

2. Defensa. Rectificación de los errores y defensa de la justicia para no volver a caer en la misma culpa.

3. Indignación. Enfado con ellos mismos por el pecado y una nueva actitud de odio y oposición hacia sus propios actos pasados.

4. Temor. Miedo; seguramente al hecho de haber ofendido a Dios, y posiblemente al propio Apóstol (1 Co. 4:21). Sin duda, una conciencia despierta bajo la luz de la verdad.

5. Ardiente afecto. El deseo intenso de no ser alejados de la presencia y la bendición de Dios, incluyendo los beneficios y privilegios de la comunión fraternal.

6. Celo. En el sentido de centrar nuestros deseos sobre un objeto en particular, la pasión por las cosas de Dios y en este caso, también por Pablo y su amor por ellos.

7. Vindicación. Reparación del daño que hayamos podido causar, recuperando nuestra posición de justicia (como hizo Zaqueo, Lc. 19:8).

Sería un error pensar que la fe y el arrepentimiento solo pertenecen al principio de la vida cristiana. Obviamente, la fe y el arrepentimiento iniciales ocurren solo una vez en la vida, constituyendo el verdadero arrepentimiento. Pero así como una semilla plantada da su fruto, ese arrepentimiento inicial dará paso a una vida de arrepentimiento cuando al pecar, volvamos a acercarnos a Dios buscando su amistad y perdón. Cuando Jesús enseñó a sus discípulos a orar, les dijo que pidieran perdón diariamente por sus pecados (Mt. 6:12), una oración que si es genuina incluirá dolor y arrepentimiento diario. El pecado por nuestra vieja naturaleza y el entendimiento de la santidad nos llevará a practicar toda nuestra vida terrenal ese arrepentimiento de corazón.

Es precisamente esa paradoja entre las dos naturalezas —la santa y la pecadora— del cristiano nacido de nuevo la que hace que a medida que profundizamos en el gozo de la fe y en la experiencia cristiana, más y más consciente seamos de nuestra indignidad y desnudez delante de un Dios tres veces santo que todo lo ve. “Cuanto más comprendamos nuestra necesidad, más entenderemos que Cristo soluciona nuestra necesidad. Cuanto más entendamos que Cristo soluciona nuestra necesidad, más nos acercaremos a él. Cuanto más nos acerquemos a él, más fuertemente dirá nuestro corazón: “Señor, si mirares a los pecados, no podría mantenerme. Pero en ti hay perdón, para que seas reverenciado” (4) (Sal. 130: 3-4).

Martin Lutero lo entendió desde el principio, por eso, cuando clavó sus famosas 95 Tesis en la puerta de la catedral de Wittenberg, escogió como la primera de ellas: “Nuestro Señor y Maestro Jesucristo, al decir arrepentíos, etc., afirmó que toda la vida del creyente habría de ser de arrepentimiento” (5) (cursivas nuestras).

BILIOGRAFÍA

1. Sinclair B. Ferguson, La vida cristiana, p. 77, Editorial Peregrino, Moral de Calatrava, (Ciudad Real), 1998.

2. Wayne Grudem, Bible Doctrine, p. 310, Cromwell Press, Trowbridge, (Wiltshire), 2008.

3. Sinclair B. Ferguson, La vida cristiana, p. 80, Editorial Peregrino, Moral de Calatrava, (Ciudad Real), 1998.

4. Ibíd. p. 85.

5. Ibíd. p. 85.

0
0
0
s2sdefault
Back to Top
Las cookies facilitan la prestación de nuestros servicios. Al utilizar nuestros servicios, usted acepta que utilizamos cookies.
Política de privacidad De acuerdo Rechazar