Introducción (Hechos 5:1-11)
Al comienzo de Hechos de los Apóstoles, se nos narra cómo éstos fueron llenos del Espíritu Santo (Hechos 2) y Pedro predicó su primer sermón a miles de personas que habían venido de muchos lugares diferentes para celebrar el día de Pentecostés. Tal fue la bendición e unción del Espíritu sobre él, que aquel día 3000 personas fueron alcanzadas por la gracia y salvación de Dios.
La iglesia en Jerusalén crecía cada día en número y en santidad. Pero Lucas nos muestra la realidad de una iglesia que, no era toda rectitud y bondad como a veces podemos pensar de la iglesia primitiva, era una iglesia llena de pecadores pero que habían sido arrepentidos y salvados por la obra de Cristo en la cruz. Los versículos anteriores a Hechos 5, que es el pasaje que nos interesa, nos dice que la multitud de los creyentes eran de un solo corazón y un alma (Hechos 4:32). No había necesitados porque muchos creyentes vendían sus posesiones o casas voluntariamente, esto es importante de tener en cuenta, nadie obligaba a nadie a hacerlo; y lo traían a los apóstoles para repartirlo a los más necesitados.
Entre esos cristianos generosos, se encontraba José, o como más se conoce con su sobrenombre Bernabé (que traducido es Hijo de consolación). Este vendió una heredad que tenía y trajo el precio a los apóstoles para que lo repartieran con los más necesitados.
En esa misma iglesia de Jerusalén había un matrimonio de creyentes que se llamaban Ananías y Safira. Y aquí es donde empieza nuestra historia.
El engaño de Safira
Justo después de la donación que hizo Bernabé para los necesitados, empieza el capítulo 5 de Hechos con un “Pero…”, lo que implica que va a ver un contraste entre lo que hizo Bernabé y lo que hicieron Ananías y Safira. No podemos separar al matrimonio, porque los dos van juntos y planean hacer lo que van a hacer juntos.
En ningún otro lugar de la Biblia se nos habla de Ananías y Safira, no sabemos nada de su familia, o si tenían hijos, o a qué se dedicaban o cuántas posesiones tenían. Lo que sí nos muestra la Escritura es que los dos se pusieron de acuerdo para vender una heredad, hasta aquí no hay ningún problema, el problema viene después. El donativo de Ananías y Safira, en apariencia, seguía la conducta de otros creyentes, pero …
“Y sustrajo del precio, sabiéndolo también su mujer; y trayendo sólo una parte, la puso a los pies de los apóstoles” (Hechos 5:2). El verbo “sustraer” significa desfalcar a un amo, y solo aparece en dos ocasiones más en la Biblia griega: Tito 2:10 y Josué 7:1. En el pasaje de Josué, se describe el pecado de Acán, que robó secretamente del botín de Jericó, sabiendo que pertenecía a Dios y éste lo castigó con la misma muerte.
El problema no es que Ananías y Safira se quedaran con una parte del dinero de la venta de la heredad, porque podían hacerlo, nadie les obligó ni les forzó a darlo todo. Su problema era, que mintieron a los apóstoles y dijeron que traían todo el dinero que habían sacado por vender la heredad. Querían dar la imagen de ser tan generosos como Bernabé, y que los hermanos de la iglesia en Jerusalén los alabaran y pensaran que se habían sacrificado dándolo todo. Querían impresionar a los demás, que les adularan, que pensaran que eran muy espirituales y generosos, cuando en realidad lo que estaban haciendo era engañar y mentir, en primer lugar al Espíritu Santo y luego a los creyentes: “Y dijo Pedro: Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo, y sustrajeses del precio de la heredad?” (v.3).
No se sabe cómo el apóstol Pedro se enteró del engaño, quizás por revelación de Dios, pero el caso es que confrontó a Ananías con su pecado. “Reteniéndola, ¿no se te quedaba a ti? Y vendida, ¿no estaba en tu poder? ¿Por qué pusiste esto en tu corazón? No has mentido a los hombres sino a Dios (v.4).
Con qué facilidad todos nosotros, aun considerándonos cristianos, podemos tener la misma actitud que Ananías y Safira. Vamos a la iglesia queriendo aparentar que somos muy buenos creyentes, o que somos muy espirituales o muy generosos con los necesitados, pero todo es cara a la galería, nuestra intención no es para la gloria de Dios, sino para que mis hermanos me alaben y digan cosas buenas de mí. Nos podemos engañar unos a otros, pero Dios ve lo que hay en nuestro corazón, en tu corazón. ¡Es un pecado horrible!
Las consecuencias de su engaño
“Al oír Ananías estas palabras, cayó y expiró. Y vino un gran temor sobre todos los que lo oyeron. Y levantándose los jóvenes, lo envolvieron, y sacándolo, lo sepultaron” (v.5-6).
Fue un castigo divino, aquí no podemos ver que le diera un infarto al corazón y muriera, se ve claramente la mano de Dios actuando directamente. ¡Ananías murió por un engaño, por una mentira!
En seguida los jóvenes que estaban en la casa con Pedro y otros creyentes, cogieron el cuerpo y lo enterraron sin dar aviso a su esposa o familiares.
Pero hay una segunda parte, tres horas después, nos dice el relato bíblico, sucedió, que entró Safira donde estaba Pedro, pero sin saber lo que le pasó a su marido. Pedro le dio la oportunidad de arrepentirse y le preguntó:”Dime, ¿vendisteis en tanto la heredad? Y ella dijo: Sí, en tanto. Y Pedro le dijo: ¿Por qué convinisteis en tentar al Espíritu del Señor? He aquí a la puerta los pies de los que han sepultado a tu marido, y te sacarán a ti. Al instante ella cayó a los pies de él, y expiró; y cuando entraron los jóvenes, la hallaron muerta; y la sacaron, y la sepultaron junto a su marido. Y vino gran temor sobre toda la iglesia, y sobre todos los que oyeron estas cosas” (v.8-11).
Safira, habiéndose puesto de acuerdo con su marido en cuanto a lo del dinero, mintió a Pedro sin temblarle la voz. Ella ni sospechaba lo que le iba a acarrear esa mentira, ¡si por un instante se hubiera arrepentido, se hubiera dado cuenta que esa actitud pecaminosa no agrada a Dios, si le hubiera dicho a Pedro toda la verdad, el final de esta historia sería otra muy distinta! Pero no fue así, fue, no solo cómplice de su marido, sino autora de este engaño y mentira, a Dios y a la iglesia en Jerusalén.
Las consecuencias de seguir en este engaño fue su propia muerte, como la de su marido, al instante cayó muerta y la enterraron junto a Ananías.
Yo me pregunto ¿Ananías y Safira eran creyentes? Creo que hay un ejemplo en las Escrituras que nos puede dar luz para responder a esta pregunta. En 1 Corintios 11:27-32, se da el caso de que había creyentes verdaderos en la iglesia en Corintio, pero que estaban tomando la cena del Señor de manera indigna, y Dios mismo los castiga con enfermedades, debilidades e incluso la muerte. Pero creo que el v. 32 es la clave, estos creyentes fueron juzgados y castigados por el Señor, para no ser condenados con el mundo. Por lo tanto me atrevo a decir que Ananías y Safira eran creyentes genuinos que pecaron mintiendo y engañando a Dios y a la iglesia, y fueron juzgados y castigados por Dios mismo de manera muy directa, pero que no fueron condenados eternamente. Juzgados sí, castigados sí, pero no condenados.
Hay muchas personas que no le dan importancia a la mentira, e incluso la justifican en circunstancias llamándola “mentira piadosa”. Pero lo triste no es que el mundo, los que no conocen a Dios, tengan ese concepto, lo más terrible es que un verdadero hijo de Dios pueda pensar que alguna mentira no hace mal a nadie ni es tan importante.
Esta historia de Ananías y Safira está en la Biblia para todos nosotros, y lo que nos enseña es que la mentira es aborrecible a Dios, y si Dios actuara de la misma manera en nuestras iglesias, me pregunto ¿quién quedaría con vida? Gracias a su gran misericordia no nos trata con justicia, que lo mereceríamos, sino con gracia y a través de su Hijo Jesucristo. Él es el único que nos puede limpiar de nuestros pecados, por medio de Él somos justificados para con Dios.
Aplicación
El último versículo de nuestro pasaje nos dice vino un gran temor a la iglesia y a todo aquel que oyó estas cosas. Todo el que oyó estas cosas reconoció la mano de Dios actuando en la iglesia. La iglesia no es un club social, la iglesia no es reunirnos para pasarlo bien, la iglesia es para adorar a Dios y edificarnos los unos a los otros por medio de su Palabra predicada y para obedecer sus mandamientos. El propósito de Dios con estos actos era mostrar lo terrible y la gravedad de la mentira ante sus ojos santos. Con Dios no podemos jugar, a los hombres los podemos engañar, pero a Dios no.
Safira planeó este engaño juntamente con su esposo, no sabemos de quién salió la idea, pero está claro que aunque fuera su marido el cerebro de la operación, ella podía haberle no seguido e incluso convencido de que no lo hiciera. La influencia de la mujer sobre su esposo es enorme, tanto para bien como para mal, no me cansaré de enfatizarlo lo suficiente.
Por lo tanto ¿cómo vives tú cuando nadie te ve, en lo privado? Puede que des una imagen muy espiritual, pero a Dios no lo engañas, Él ve tu corazón. ¿Hay engaño en tus labios? Quizás pienses que no mientes ni engañas, pero la mentira tiene muchas caras y puede presentarse de muchas maneras. ¿Es tu vida transparente? ¿Actúas en tu trabajo honestamente y sin doblez? ¿Declaras a Hacienda todo lo que ganas y todo lo que tienes? ¿Dices medias verdades? Porque aquí no hay medias tintas, o lo que dices es verdad o es mentira, no puede ser las dos cosas. ¿Hay apariencia cuando estás con los hermanos en la iglesia? ¿Te gusta que se enteren de las buenas obras que haces para que te adulen? Analiza tu corazón delante de Dios, y si hay algo que solucionar, pon manos a la obra y no lo dejes para mañana. Dios aborrece la mentira y el engaño y tú y yo debemos aborrecerlo también: Levítico 19:11; Salmo 5:6; 62:4; 120:2; Proverbios 6:16-17; 12:22; 13:5; 19:5; Efesios 4:25; Colosenses 3:9. Porque si no fuera por la gracia de Dios Safira seríamos nosotros.