el pecadoSi encuentras un mandamiento en la Biblia debes obedecerlo, si encuentras una promesa debes apropiarte de ella y si encuentras una verdad ¡debes creerla! Como vimos en estudios anteriores, en el momento de nuestro nuevo nacimiento y regeneración somos unidos a Cristo de manera permanente e inalterable, beneficiándonos de sus logros y posición. Dice Sinclair Fergurson que: “Normalmente, cuando se habla en el Nuevo Testamento de la unión (del creyente) con Cristo en su muerte, es para destacar especialmente la importancia de su muerte respecto a la relación con el pecado, tanto la suya como la nuestra” (1) (cursivas añadidas). El capítulo 6 de la Carta a los Romanos explica este hecho una y otra vez: “Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?”; “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él [Cristo], para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado”; “Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús”; “Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia” (vv. 2, 6, 11, 14).

Al ser unidos a Cristo en su muerte y resurrección entramos en una relación completamente nueva respecto al pecado; ya no vivimos bajo su poder y tiranía, ahora vivimos bajo el poder que resucitó a Jesús de la muerte. Esto quiere decir, entre otras cosas, que ahora ya no pertenecemos al reino de las tinieblas sino al de la luz, por tanto, Satanás ya no domina nuestras vidas aunque él hará todo lo posible para que creas lo contrario. Por eso es tan importante conocer y creer la verdad de lo que la Biblia declara al respecto. El diablo era nuestro antiguo amo, aquél que tenía el imperio de la muerte (He. 2:14) y en su dominio el pecado nos esclavizaba, éramos impotentes contra él; pero: “Ese gobierno ha sido destruido y suprimido en Cristo; el pecado ya no posee la misma autoridad, aun cuando su naturaleza no ha cambiado”.(2)

Ahora bien, una vez hemos entendido nuestra nueva y privilegiada posición como hijos redimidos y unidos por y en Jesús, debemos aclarar lo que no significa nuestra muerte en relación al pecado. Romanos 6 no está diciendo que ya no luchamos contra el pecado, ni que somos completamente libres de él; lo que está diciendo es que ya no somos sus esclavos. El pecado sigue estando presente en nuestro cuerpo, su gobierno ha sido destruido, pero su naturaleza no ha cambiado. El Doctor Lloyd-Jones lo explica separando los efectos que nuestra posición en Cristo causa en nuestro espíritu y en nuestro cuerpo. Y parafraseando a Pablo dice: “Nuestros espíritus están completamente libres del pecado. Yo, como espíritu, como ser espiritual he muerto al pecado. He acabado con él de una vez por todas, pero eso no sucede con mi cuerpo”. (3)

Todo nuestro ser —espíritu y cuerpo— fue afectado por la Caída de Adán, y ahora en la salvación, Cristo ha redimido completamente nuestro espíritu —el nuevo yo que podrá entrar en la misma presencia de Dios en el momento de la muerte—, pero el cuerpo aún no ha recibido la redención futura. ¿Por qué el Apóstol Pablo declara sentirse miserable? Porque desea ser liberado de “ese cuerpo de muerte” (Ro. 7:24). ¡Tiene un peso, un lastre que le atormenta! Fijémonos como lo expresa repetidamente: “Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien”; “Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí”; “Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros”; “Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado” (vv. 18, 20, 22, 23, 25). Es exactamente el mismo concepto que encontramos en el capítulo 8, versículos 22 y 23 de Romanos, cuando nos dice que la creación está gimiendo con dolores de parto: “y no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción”. ¿Qué adopción, preguntamos? ¡“La redención de nuestro cuerpo”!

Por tanto, claramente, sí hay una lucha en la que estamos involucrados y ésta no acabará hasta que estemos en la presencia de nuestro amado Salvador. Veamos que dice La Confesión de Fe de Westminster, en su capítulo XIII: “[La] santificación abarca cada parte del ser humano total; pero es incompleta en esta vida, pues aún quedan algunos remanentes de corrupción en cada una de sus partes; de donde surge una guerra continua e irreconciliable: la carne deseando contra el Espíritu, y el Espíritu contra la carne”.(4) (énfasis nuestro). ¿Significa esto que el cristiano está vendido a una vida de derrota y sufrimiento? ¿Lucharemos en vano estando condenados al fracaso en este mundo caído? La respuesta es un rotundo y categórico ¡No! Contamos con la guía y dirección del Espíritu Santo, con la inestimable ayuda de Las Escrituras que nos revelan quienes son nuestros enemigos y cómo enfrentarnos a ellos y, con la promesa divina de que este enemigo ya está derrotado y nuestra victoria es más que segura.

El Espíritu Santo

Haría falta todo un estudio completo para empezar a entender todo lo que el Espíritu Santo hace por y en nosotros, pero a modo de introducción daremos una pequeña pincelada. “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros” (Ro. 8:11). Básicamente, lo que está diciendo este versículo no es solamente que nuestros cuerpos resucitarán gloriosos en la venida de Cristo, sino que está afirmando que el proceso ya está ocurriendo ahora, ¡el Espíritu Santo está vivificando ahora mismo nuestros cuerpos mortales con su poder! El Nuevo Testamento nos llama —una y otra vez— santos, porque eso es lo que somos ahora, el mismísimo Espíritu Santo mora en nosotros (Ro. 8:15). A pesar de que vamos creciendo progresivamente en santidad, ¡nuestra condición de santos es la misma aquí y ahora que la que será en la eternidad! En un sentido es casi igual a nuestra justificación (ver estudio número 9); no somos justos en nuestra experiencia, ¡pero Dios nos declara ya legalmente justificados perfecta y eternamente! “Ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios” (1 Co. 6:11). Ya somos santos, esa es nuestra condición y posición delante de único Juez verdadero.

Nuestros enemigos son tres: el mundo, el diablo, y la carne (Stg. 4:4; 1 Jn. 2:15-17).

El mundo

El mundo es el reino de Satanás y por lo tanto, todo lo opuesto al carácter y la obra de Cristo. El mundo en el sentido de “el tiempo presente y todo lo que hay en él” (5) odia todo lo bueno, todo lo santo, todo lo justo, y por supuesto, hostigado por nuestro enemigo, nos odia a nosotros por encima de todas las cosas. Nosotros estamos en el mundo, pero no somos de él (Jn. 17:15-16), nosotros somos ciudadanos celestiales (Fil. 3:20).

Sus armas

Nos presiona constantemente, tratando de hacernos encajar en su forma de pensar; nos intenta seducir con tentaciones y placeres fuera de la voluntad de Dios; nos ciega haciéndonos creer que hay cosas que necesitamos o que son buenas cuando no lo son. Normalmente, utiliza el engaño y la atracción progresiva y disimulada.

Algunos ejemplos

Publicidad, modas, cultura, tradiciones.

Idolatría, cuando amamos a algo más que a Dios: dinero, comodidad, lujo, etc. (incluso cosas buenas como la familia o el trabajo).

Placeres indebidos: sexo incorrecto, bebida o comida en exceso, drogas, discoteca, etc.

Amistades peligrosas: pareja inconversa, amigos mundanos, personas viciosas.

Cómo vencer

Inevitablemente debemos batallar diariamente contra los deseos pecaminosos que nos apartan de la voluntad de Dios. Tenemos a nuestra disposición —cuán importante— la lectura y meditación de la palabra (ese debe ser nuestro pan diario para fortalecernos). La oración y la búsqueda de la presencia de Dios (ora hasta que ores, decían los puritanos). La comunión con los santos y la asistencia a la iglesia; la adoración como forma de vida (buscar agradar en todos nuestros actos y decisiones a aquél que nos compró con su sangre). Evitando acomodarnos pensando que el cielo está lejos y olvidando que nuestra vida es breve, estamos aquí de paso y debemos vivir por fe, no por la vista, los sentidos o los placeres.

El diablo

El diablo es un enemigo real y uno de sus mayores logros ha sido hacer creer a la gente que es un ser surgido de la fantasía popular (con cuernos, tridente y patas de cabra incluidas). Satanás era un arcángel lleno de gloria y poder que se rebeló contra Dios y fue expulsado del Cielo junto con los ángeles que se le unieron (Is. 14:12-17; Ez. 28:11-19) Éstos son los demonios que pueblan la tierra.

Sus armas

La mentira, el engaño, la seducción, la falsa religión. Uno de sus ataques favoritos es la de lanzar dardos de fuego a nuestra mente (pensamientos e ideas con apariencia de piedad o directamente pecaminosas). Disfrazarse como ángel de luz y enviar lobos entre las ovejas para provocar división y destruir nuestra reputación. Ocultarse para que no sospechemos que esté detrás de ciertas situaciones. Utilizar la codicia, el ansia de poder y la fama para manipular gobiernos, negocios y personas. En la tentación a Eva, y a Cristo, vemos su modus operandi.

Algunos ejemplos (a través de sus nombres)

Diablo (calumniador). Altera la verdad y mina la autoridad de Dios (1 Jn.3:8; 1 Jn.5:19).

Satanás (adversario). Intenta estorbar los planes de Dios y lucha contra nosotros: tentaciones, malos entendidos, conflictos, pecados (1 Cr. 21.1; Mr. 4:15).

Engañador. Engaña a la humanidad y ciega su entendimiento (2 Co. 11:14).

Tentador. Busca activamente separarnos de Dios (Mt. 4:3; 1 Ts. 3:5).

Acusador. Subraya nuestras faltas y pecados (Zac. 3:1; Ap. 12:10).

Maligno (malvado, perverso). Todo en él es maldad y oscuridad (Ef. 6:16).

Padre de mentira. Nunca dice la verdad y es un maestro distorsionándola (Jn. 8:44).

Cómo vencer

La lucha es desigual ya que el enemigo es más poderoso que nosotros, la única opción efectiva es someternos a Dios (Stg. 4:7) y rendirle todas las áreas de nuestra vida (Ro. 6:13). Debemos recordar que la voz de Satanás nos inclinará a tergiversar —interpretar forzada o erróneamente— las Sagradas Escrituras para nuestro propio beneficio, o para escapar del esfuerzo de hacer lo correcto (perdonar, decir siempre la verdad, ser humildes, etc.). El enemigo también nos quiere apartar del sufrimiento que padecemos por Cristo y su cruz (Fil. 3:10) porque sabe que ahí radica nuestra verdadera fuerza (Jn. 12:24-26). Con razón dice Sinclair Fergurson que: “Tenemos un Pastor al que seguir, y debemos tener nuestros ojos siempre fijos en él. Según vayamos creciendo en gracia y en el conocimiento de la palabra y los caminos de Dios, iremos aprendiendo de forma natural a distinguir entre las imaginaciones de nuestra mente, las tentaciones de nuestro corazón, las acciones de Satanás y la voz clara de Cristo. Reconocer su voz es el privilegio de todo cristiano (Jn. 10:27)”.(6)

La carne

La carne es nuestra naturaleza humana caída, el viejo hombre. Es un enemigo interno, a diferencia del mundo y el diablo. Pablo nos dice en Gálatas 5:24-25 que: “los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu”. Claramente, aquí el contexto no nos habla de nuestra unión con Cristo, “sino (de) nuestro decidido rechazo del pecado al unirnos a Cristo por fe…habla de la brutal (y antinatural) respuesta que el creyente da decididamente al pecado en el momento de su conversión, la cual ratificará durante toda su vida cristiana.” Eso es lo que significa andar por el Espíritu.7

Sus armas

Estar arraigada en nuestro propio ser interior; es como la mala hierba que siempre vuelve a crecer. Su persistencia hasta el final de nuestra vida terrenal con la ayuda de un corazón engañoso e inclinado al pecado. La falsa idea de que podemos luchar solos. Su sutileza y capacidad para convencernos que algunos pecados no son graves.

Algunos ejemplos

Vicios: Adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías y cosas semejantes a estas (Gá. 5:16-26).

Rutinas: Hacer las cosas por cumplir, o sin considerar si son correctas. Tradiciones y costumbres contrarias a la verdad (1 Ti. 4:3).

Legalismo: Tener una lista de lo que se puede hacer y de lo que no, y que eso sea nuestro cristianismo. Seguir la ley pero sin el corazón (como los fariseos que diezmaban la menta y olvidaban la misericordia, Mt. 23:23). Apuntar con el dedo a los que no piensan como nosotros y juzgarlos (2 Col. 2:20-23).

Pereza: No hacer lo correcto, sino lo fácil. Incluye el pecado de omisión, no hacer lo que debemos (Stg. 4:17). La pereza nos consume y perjudica (Pr. 13:4; 19:24).

Cómo vencer

Si nos caemos, nos levantamos de nuevo (Lm. 3:22-23), aunque seguimos pecando cada día ya no vivimos en el pecado. Colosenses 3: 5-17: haciendo morir lo terrenal en nosotros, ya no debemos caminar en las mismas cosas (v.7). No podemos eliminar la carne pero podemos —y debemos— luchar cada día contra ella: en lo privado (v.5); en el día a día (vv.8-9); en la vida comunitaria (v.9). Reconocer el pecado y la debilidad, sustituyendo cosas malas por cosas buenas (vv.9-10). Buscando la santidad (v.12). Perdonando a los demás recordando el ejemplo de Cristo (v.13). Siguiendo el amor (v.14). Permitiendo que la paz y el agradecimiento nos gobierne (v.15). Dejando que la palabra de Cristo abunde en nosotros y llenando nuestros corazones de alabanza (v.16). Haciendo todas las cosas como si fueran para Dios (v.17).

La victoria está asegurada

No debemos desanimarnos sino recordar que nuestro destino final es morar en el cielo de la presencia de Dios “las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Ro. 8:18). Y que ningún enemigo es lo bastante poderoso para arrebatarnos la victoria de nuestro Señor Jesucristo, “¿quién nos separará de su amor?” (Ro. 8: 35-39). Un día no muy lejano nuestro cuerpo —y todo el universo— será liberado de esta opresión asfixiante y el Señor “transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya” (Fil. 3:21). Debemos descansar en Cristo sabiendo que, sin ninguna sombra de duda, acabará la obra que un día empezó en nosotros (Ro. 8:32).

“Yo sé que mi Redentor vive, ya al fin se levantará sobre el polvo; y después de desecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios; al cual veré por mí mismo, y mis ojos lo verán, y no otro, aunque mi corazón desfallece dentro de mí” (Job 19: 25-27).

BIBLIOGRAFÍA

1. Sinclair B. Ferguson, La vida cristiana, p. 137, Ed. Peregrino, Moral de Calatrava, (Ciudad Real), 1998.

2. Ibíd., p. 142.

3. Martin Lloyd-Jones, Dios el Espíritu Santo, p. 285, Ed. Peregrino, Moral de Calatrava, (Ciudad Real), 2001.

4. G.I. Williamson, La confesión de fe de Westminster”, p. 177, Estandarte de la Verdad, Philadelphia, 2004.

5. Sinclair B. Ferguson, La vida cristiana, p. 150, Ed. Peregrino, Moral de Calatrava, (Ciudad Real), 1998.

6. Ibíd., p. 158.

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