cristojesusComo vimos en el estudio anterior, la segunda venida de Cristo provocará el fin del mundo tal y como lo conocemos; los muertos resucitarán, habrá un juicio final y todas las criaturas reconocerán el señorío de Dios. Para el cristiano la muerte no es el final, sino el principio de la eternidad con su Salvador. Pero a pesar de que la muerte lleva al creyente directamente a la presencia de Dios, aún hay un beneficio de la obra de Cristo que tiene que ocurrir en nuestras vidas. El mismo Jesús que fue humillado en este mundo volverá para ser glorificado, y entonces “Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria” (Col. 3.4; 1 Jn. 3:2). Si la salvación sólo incluyera nuestras almas sería algo así como una escapada que nos liberaría de nuestros cuerpos pecaminosos, pero esta no es la salvación bíblica. La salvación ganada por Cristo para su pueblo afecta la totalidad de nuestro ser y eso incluye nuestros cuerpos.

Jesucristo vino a redimir lo que se había roto y perdido cuando el hombre desobedeció. Y al igual que Cristo fue resucitado corporalmente por el poder del Espíritu Santo, así también lo serán nuestros cuerpos. “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas” (Fil. 3:20-21). Nuestra salvación es inamovible y somos igual de santos aquí y ahora de lo que seremos en el cielo, pero nos falta la aplicación final de la obra de Cristo: la transformación de nuestros cuerpos y el sello de nuestro estado eterno; la glorificación. Podemos definirla como: “El paso final en la aplicación de la redención. Ocurrirá cuando Cristo vuelva y levante de la muerte los cuerpos de todos los creyentes de todos los tiempos que hayan muerto, y los vuelva a unir con sus almas, y cambie los cuerpos de todos los creyentes que aún vivan, dando, por lo tanto, a todos los creyentes al mismo tiempo unos perfectos cuerpos de resurrección como los de Él mismo”.(1)

En 1 de Corintios 15, el apóstol Pablo usa varias analogías para explicar esta transformación. Primero nos dice que de igual manera que un grano o una semilla son plantados y mueren para producir algo nuevo, así también será con nuestros cuerpos (1 Co. 15:35-38). Nuestro cuerpo de muerte será transformado en otro totalmente mejorado, capaz de ser reconocido, pero a la vez muy diferente. Pensemos en el ejemplo de Jesús que una vez resucitado pudo materializarse en medio de los discípulos, fue reconocido y luego ingirió alimentos sólidos (Lc. 24: 36-43). Dice Sinclair Fergurson que: “Hay una continuidad, pero también hay un cambio, un cambio tan grandioso que apenas podemos pensar que la semilla y la flor tienen algo que ver la una con la otra”.(2)

En segundo lugar, nos habla de los diferentes grados de gloria dentro de la Creación: los hombres, las bestias, los peces, las aves, el sol, la luna, las estrellas, son todos diferentes en gloria (1 Co. 15:39-41). Así mismo habrá una gran transformación en nuestros cuerpos resucitados: “Se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción. Se siembra en deshonra, resucitará en gloria; se siembra en debilidad, resucitará en poder. Se siembra cuerpo animal, resucitará cuerpo espiritual. Hay cuerpo animal, y hay cuerpo espiritual” (1 Co. 15:42-44). Nuestros cuerpos nuevos no serán naturales, sino espirituales y adaptados a una forma de existencia totalmente nueva. Por la gracia de Dios tendremos un cuerpo con las mismas características del cuerpo resucitado de su Hijo Jesucristo; un supercuerpo preparado para vivir en la esfera de la eternidad bajo el reinado del Espíritu.

Este pasaje nos enseña tres cosas más. A saber, que nuestro nuevo cuerpo será “incorrupto”, completamente sano, incapaz de envejecer o enfermar. También será “glorioso”, no habrá más deshonra, fealdad o mancha que lo ensombrezca; será bello sin par. Y que será “poderoso”, estará lleno de la suficiente fuerza y poder para llegar a realizar todo aquello que deseemos hacer para la gloria de Dios conforme a nuestra voluntad santa. Dice el profesor Grudem que: “Nuestros cuerpos resucitados mostrarán la culminación de la perfecta sabiduría de Dios creándonos como seres humanos que son la cima de su creación y los portadores apropiados de su imagen y semejanza. En estos cuerpos resucitados, veremos la humanidad claramente como Dios quiso que fuera”.(3)

Hay una estrecha relación entre el comienzo del reinado de Cristo, nuestra transformación y la transformación del universo. Las Escrituras llaman a esta transformación final de todas las cosas “regeneración” o “restauración” (Mt. 19:28; Hch. 3:21). “La obra total de Cristo es nada menos que la de redimir toda esta creación de los efectos del pecado. Dicho propósito no se cumplirá hasta que Dios haya establecido la nueva tierra, hasta que el Paraíso Perdido haya llegado a ser el Paraíso Recobrado”.(4) Los pasajes más importantes que mencionan la nueva tierra son: Is. 65:17-25; 66:22-23; 2 P. 3:10-13 y Ap. 21:1-4.

En Apocalipsis 21 leemos: “Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios”. En la nueva creación habrá una fusión entre el cielo y la tierra; la nueva Jerusalén descenderá del cielo, Dios establecerá su morada eterna, y morará con nosotros. Allí donde esté él, estará también el cielo. Nuestra comunión con Dios será directa, continua y perfecta; nada le hará sombra. Nuestro conocimiento de él, la forma en la que le disfrutaremos y le serviremos será perfecto. Todo allí será perfecto, santo y sublime (con perfección no nos referimos al sentido de totalidad porque siempre estaremos creciendo, sino que no habrá defecto alguno).

Hay otros aspectos importantes de nuestra glorificación, como el hecho de que reinaremos y ministraremos junto con el Señor “y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra” (Ap. 5:10); mostrando que nuestro reposo eterno es llamado así por la ausencia de pecado y la presencia de la paz auténtica, no por la ausencia de actividad. Se mencionan las recompensas “la obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará. Si permaneciere la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa” (1 Co. 3:13-14). También declara la Biblia que nuestras obras nos seguirán (Ap. 14:13), mostrando, otra vez, un sentido de continuidad en nuestra existencia aunque en un plano restaurado y mejorado (Ap. 2:17). Conservaremos nuestra identidad y nuestras características, pero potenciadas y orientadas en una santidad perfecta. Y conoceremos y seremos conocidos (1 Co. 13:12), disfrutaremos de una comunión libre y armoniosa, sin malos entendidos ni equivocaciones. Pero por encima de todo, en el centro de todas las cosas estará la glorificación de nuestro amado y maravilloso Redentor: “Al principio de la historia Dios creó los cielos y la tierra. Al fin de la historia vemos los nuevos cielos y la nueva tierra, que en su esplendor sobrepasarán en mucho todo lo que hemos visto anteriormente. En el centro de la historia está el Cordero que fue inmolado, el primogénito de entre los muertos, y el Señor de los reyes de la tierra. Algún día echaremos todas nuestras coronas delante de él, absortos en admiración, amor, y adoración”.(5)

BIBLIOGRAFÍA
1. Wayne Grudem, Bible Doctrine, p. 356, Cromwell Press, Trowbridge, (Wiltshire), 2008.

2. Sinclair B. Ferguson, La vida cristiana, p. 197-98, Ed. Peregrino, Moral de Calatrava (Ciudad Real), 1998.

3. Wayne Grudem, Bible Doctrine, p. 357, Cromwell Press, Trowbridge, (Wiltshire), 2008.

4. Antonio A. Hoekema, La Biblia y el Futuro, p. 309, Subcomisión Literatura Cristiana, (Michigan), 1984.

5. Ibíd., p. 322.

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