Y oyó Dios el gemido de ellos, y se acordó de su pacto con Abraham, Isaac y Jacob. Y miró Dios a los hijos de Israel, y los reconoció Dios.
Miro a mi alrededor y veo muchas ideas de Dios, de cómo debes de ser, aunque tengas el mismo nombre. La imaginación, que tú mismo nos regalaste, es tan rica y capaz de inventar cómo debes de ser.
Yo prefiero limitarme y a la vez explayarme en la idea que la Escritura me da de ti.
Tú oyes, tienes oído para los gemidos y entonces me consuela que mis lamentos, por ejemplo por la lucha interna que tengo por mi propio pecado y a veces por los de otros, tú los oyes.
Tú recuerdas, has hecho promesas extraordinarias, para personas como yo y no las olvidas. No hace falta que te recuerde lo que dijiste en tu palabra, tú y yo las tenemos presentes.
Tú miras, no solo desde la lejanía de tu gloria y santidad, sino de la cercanía y el interés y afecto que te mueve.
Tú reconoces, distingues, haces diferencia no por lo que somos y tenemos, sino por el pacto en tu Hijo.
Qué paz me produce saber que tú desde arriba no eres indiferente conmigo aquí abajo.