Y yo endureceré el corazón de Faraón para que los siga; y seré glorificado en Faraón y en todo su ejército, y sabrán los egipcios que yo soy Jehová. Y ellos lo hicieron así.
Y endureció Jehová el corazón de Faraón rey de Egipto, y él siguió a los hijos de Israel; pero los hijos de Israel habían salido con mano poderosa.
Y he aquí, yo endureceré el corazón de los egipcios para que los sigan; y yo me glorificaré en Faraón y en todo su ejército, en sus carros y en su caballería;
Veinte referencias he encontrado desde el capítulo 4 a la dureza del corazón del Faraón. Primeramente Dios anuncia que él se lo endurecerá (4:21; 7:3), luego se ve al Faraón mismo responsable (7:13, 22; 8:15, 19, 32) y más tarde volver a ver la mano de Dios en ello (9:12; 10:1, 20, 27…)
La historia y actitud de este Faraón ilustra muy adecuadamente mi propio corazón y el de todo ser humano. Por naturaleza (caída) el corazón es insensible a la voz de Dios y a sus advertencias por su palabra. No importa qué señales veamos o de qué obras prodigiosas podamos ser testigos, que ni queremos ni podemos moralmente rendirnos a su llamada.
Pero entonces tenemos el comentario acertado, por inspirado que es, del apóstol Pablo (Rom. 9:16-18). Solo cuando y en quien quiere tener misericordia es que nos libramos de las consecuencias de nuestro duro corazón, y que cuando y en quien quiere mostrar su poder, endurece.
Señor, solo puedo decir que al igual que has tenido de mí misericordia, la tengas también con los que me rodean, no endurezcas más sus corazones.