Vosotros visteis lo que hice a los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águilas, y os he traído a mí. Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel.
No puedo imaginar, en esta mañana, mayor bendición que estas palabras pronunciadas por ti, Señor, a tu pueblo. Ser tu especial tesoro.
Yo quiero atender a tu voz, escuchar y obedecer tu palabra, guardar tu pacto, cumplir mi parte del pacto… y así sentir cómo me atraes hacia ti.
Aun estando también hoy en medio de un desierto, así es como me siento a veces, al mismo tiempo puedo y quiero sentir que estoy sobre alas de águila, que tú me llevas a la meta prometida, a tu reino de gloria.
No me dejes, Señor, angustiarme por la sequedad que me rodea, ni añorar el Egipto de mi pasado, sino descansar y trabajar en ti, al mismo tiempo, anhelando lo que tengo por delante, más allá de este horizonte de arena.
Si, Señor, quiero sentirme parte de este reino de sacerdotes y gente santa (1 Ped. 2:9) y sintiéndome así, con estas bendiciones, poder y querer comunicarlo a otros, a todos los que me rodean, invitarles a venir a sus alas y ser parte de su reino aquí, de camino a su reino allí.