Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos; de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos.
Ayer me decías que fuera luz a otros con buenas obras (5:16) y hoy que no haga justicia delante de las personas. Claro, la diferencia es que no lo haga para ser halagado, admirado o alabado por ellos.
¡Cómo me conoces! ¡Qué pecado más común es la vanidad y qué difícil reconocerlo!
Yo, muchos de nosotros, aún siendo cristianos y reconocer que todo es por gracia (Ef. 2:8-10), albergamos sombras de un corazón fariseo (23:5ss), deseando palmadas en la espalda, halagos y medallas en la solapa.
Pero en realidad ¿para qué sirven? Al final serán solo peso inútil en el alma que entorpecen mi carrera hacia Cristo (Heb. 12:1-2).
Prefiero Señor lo que tú puedas decir, tu reconocimiento final (25:21), tu corona (2 Tim. 4:8).
Sí, tengo que meditar más en lo que también dice aquí tu palabra: que buscar una de las recompensas elimina la otra, que si gasto mi esfuerzo en tesoros aquí, no tendré ánimo, deseo, fuerzas o voluntad suficiente para luchar por lo realmente válido.