Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento.
¿Es posible que se dé entre nosotros cristianos hoy este peligro como tú nos adviertes aquí, y antes también los profetas? (Oseas 6:6) ¿Puedo yo ser más ritualista y legalista que misericordioso?
Sé que mi vida espiritual, mi uso de los medios de gracia (oración, lectura, comunión…) mi deseo y esfuerzo por entender y aplicar tu palabra, son mandatos tuyos y por tanto esenciales para mi alma, pero también sé que yo fui en otro tiempo un pobre enfermo que no podía o no quería levantarme de mi cómodo lecho de pecado, un ciego que no veía las terribles tinieblas que me rodeaban, un necio que no entendía el glorioso evangelio del perdón; hasta que no vino este médico, que era tu Hijo, este sanador de almas, este redentor de pecadores. No me preguntó, no esperó que yo hiciera algo o tomara determinaciones, solo extendió sus manos, en forma de cruz, y me sanó, me limpió ante tus ojos y me abrazó tan fuerte que ya nadie puede separarme de él.
Permíteme que yo también tenga esta actitud y este deseo de médico ante los enfermos del alma con que me encuentro en mi camino.