Entonces acercándose sus discípulos, le dijeron: ¿Sabes que los fariseos se ofendieron cuando oyeron esta palabra? Pero respondiendo él, dijo: Toda planta que no plantó mi Padre celestial, será desarraigada. Dejadlos; son ciegos guías de ciegos; y si el ciego guiare al ciego, ambos caerán en el hoyo.
¡Dejadlos! Esta afirmación, este mandato, Señor, me ha parecido terrible. Estos religiosos se sintieron ofendidos por la acusación de ser hipócritas, por tener una religión externa, de apariencia, pero no del corazón (v.7-9).
Sí, yo sé que solo llegarán a ti aquellos que tú traes (Jn.6:44,65), que solo crecen las plantas que tú plantas y que caerá en el hoyo todo aquel que no ve por tus ojos, por tu Hijo, pero ¿Dejarlos, abandonarlos ya? ¿Tan duro es el corazón, tan irremediable su ceguera?
Ya no es solo grave que uno no sepa de su propia ceguera espiritual, sino que se atreva a ser guía de otros.
¿Dejarlos quiere decir que no me preocupe, que no me importe, que ya no tienen remedio, que hay que esperar a que caigan para que aprendan…?
Mientras tanto a mí no me dejes, que mientras resuelvo mis dilemas, me ayudes a distinguir a los ciegos espirituales de los hipócritas ciegos, y sobre todo ayúdame a conocer mis puntos ciegos, mi falta de fe, mi viga en el ojo (Mt. 7:3) y que luego no sea yo guía errado de otros. Cuanto más me preocupe por mi propia alma mejor ayuda seré a otros.