¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: la justica, la misericordia y la fe. Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello.
Lo importante de la ley, tu ley Señor, es la justica, la misericordia y la fe, pero que a la vez no he de dejar de diezmar, incluso de lo más insignificante. ¿Qué quiere decir esto, pues aunque no soy de esos escribas y fariseos hipócritas que criticabas, en ocasiones me siento como uno de ellos?
Ayúdame, Señor, a diferenciar lo fundamental de lo secundario en tu ley, que parece que lo hay, pues puede que me obsesione por cosas sin importancia.
Debo buscar tu justicia, lo que tú demandas como bueno, lo que te agrada y te honra. Tú y solo tú y eliminar otros posibles dioses que me invente. Adorarte en tu día, como si tú fueras lo único, ser fiel a mi esposa, incluso en mis pensamientos, no codiciar,...
Debo hacer misericordia, hacer bien en toda oportunidad que se me presente. No debo, no puedo, cerrar mis ojos y mi corazón a tanta necesidad a mi alrededor, hacer bien aunque no se merezca, ni se espere. Ayúdame a buscar y ayudar al prójimo que hayas puesto en mi camino.
Debo creer más, confiar más, depender más de ti, de tu Palabra, de tus promesas. No puedo conformarme con mi fe actual. ¡Ayuda a mi incredulidad!
Y entonces, después de esto, dame más, más conocimiento de tu Palabra, más deseo sincero por tu ley, aun en lo más pequeño, aun de la menta y el eneldo.