Entonces vino a sus discípulos y les dijo: Dormid ya, y descansad. He aquí ha llegado la hora, y el Hijo del Hombre es entregado en manos de pecadores.
En estas líneas se muestra a Jesús diciéndoles a los discípulos que duerman y descansen. ¿Cómo es posible que en la hora más crucial, donde Cristo ya está a punto de ser apresado, juzgado como culpable y clavado en una cruz se les pida lo contrario que les había pedido antes, es decir que velaran y oraran? (v.38, 41).
¿Se puede dormir un discípulo en este momento donde el maestro está ofreciendo su vida? ¿Puede acaso la oveja relajarse cuando su pastor cae en las garras de los lobos? ¿Puedo yo cerrar los ojos y perder de vista al salvador de mi alma, cerrar mis oídos a su oración y clamor? ¿Puedo yo hacer esto cuando tú mismo me dices que vele y ore? ¿No debería yo esforzarme más en vigilar y orar por la obra de la cruz?
No, por supuesto que no. La decisión fue tomada, el Padre no le quita la copa (v.42) y tú das el paso hacia adelante. La redención de mi alma y de tantos otros es consumada. Yo estoy seguro en Él, ya no debe de haber ningún temor, puedo dormir y descansar.
En realidad, mi vida es esto: dormir y descansar en Él, pues su decisión, su muerte, el tomar mi lugar ante el Padre justo me garantiza mi salvación.
Me miro a mí mismo en esta hora y me entristezco y oro por perdón y ayuda, le miro a Él y descanso y duermo. ¡Gracias Padre!