… enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.
Gracias, Señor, por terminar este evangelio con estas palabras y que yo hago particularmente mías esta noche. Que tú estás conmigo todos los días, hasta el fin.
¡Todos los días, cada día sin importar las circunstancias, ni mi propio estado!
Señor, aunque muchas veces me lleno de temor, entonces oigo en mí, más fuerte, tu voz ¡Estoy contigo a pesar de todo!
Señor a veces me siento tan débil, tan cansado que corro aún con más necesidad a tomar esta promesa.
Señor, hay ocasiones que me siento tan agobiado por el trabajo, tan activo y ansioso que tus palabras ¡Estoy con vosotros…! Me traen sosiego, paz.
Pienso y me pregunto ¿qué será de mí mañana?, ¿cómo será mi fe y mi amor por ti?, y tu palabra me recuerda que también mañana estarás conmigo.
Me voy a dormir y pienso en mis sueños, pues arrastro conmigo mis preocupaciones y ocupaciones, y en mis sueños me dices ¡Aquí también estoy contigo!
Estoy solo y estás conmigo, estoy acompañado o mal acompañado y estás conmigo…
¡Cómo me gustaría decir yo lo mismo sin dudar! Estar contigo hasta el fin del mundo.