Y juzgó Samuel a Israel todo el tiempo que vivió.
Cómo me gustaría que se dijera de mí, lo que se dice aquí de tu siervo Samuel, y no es que yo me quiera o pueda comparar a él, pero si al menos pudieran decir de mí: “Luis sirvió al pueblo de Dios, o a Dios, todo el tiempo que vivió” y con sus limitaciones lo hizo lo mejor que pudo.
Su nacimiento fue milagroso; su llamamiento especial, su liderazgo espiritual, la escuela de profetas, su relación con Saúl y David. Su única sombra o mancha es que al igual que Elí, no supo ser firme con sus hijos (8:3) y aun así les permitió ser jueces en Israel.
Es difícil mantener una larga vida íntegra y poder ponerse delante de todos sin temor a ninguna acusación como más adelante haría (12:3ss). Yo no podría hacerlo, tengo dudas de mi propio corazón y de los dedos que pudieran señalarme.
Pero en esta hora también tengo temor de mañana, de lo que ha de venir en el futuro, de si me canso, de si te fallo o te avergüenzo, de si me faltan las fuerzas.
He visto tantos compañeros que a mitad o en la parte final de sus vidas cayeron, abandonaron o peor aún, siguieron adelante en tu obra de manera indigna, sin arreglar sus asuntos del corazón, sin reparar el daño.
Sé que para tus asuntos no hay jubilación, pero te pido que seas tú quien me sostiene con tu gracia hasta el último día.