Entonces dijo Natán a David: Tú eres aquel hombre. Así ha dicho Jehová, Dios de Israel: Yo te ungí por rey sobre Israel, y te libré de la mano de Saúl.
David ha pecado gravemente (adulterio, engaño, abuso de poder, asesinato). Pecó contra los suyos, pecó contra ti, pecó para esconder su pecado. Y aun así su mente y su corazón no le dejaron ver su estado espiritual, ni que todo eso desagradó a Dios (11:27). ¡Qué sombras más oscuras pueden cubrir la conciencia para impedir ver la propia culpa y así poder venir al arrepentimiento!
En cambio, vino el profeta Natán y con una historia tan sencilla, David pudo ver la culpa y el castigo merecido del otro. ¡Con qué facilidad vemos las faltas de otros y con qué facilidad la condenamos! Como dijo tu hijo, con qué facilidad vemos las motas de polvo en el ojo ajeno, pero no vemos la viga en el nuestro (Mt 7:3).
Y de pronto suena ese “tú eres aquel hombre”. ¡Qué golpe acusador más fuerte tuvo que ser para la conciencia de David! Claramente nos lo muestra en sus salmos (Sal 51).
Padre mío, no dejes que nadie tenga que venir en ningún momento a decirme “tú eres ese hombre”. Adviérteme antes del peligro, ten despierta mi conciencia contra mi pecado, igual o más que al pecado de otros.
Y si al final ocurre, y tú no lo quieras, permíteme reaccionar rápidamente, ver con claridad mi culpa y venir al arrepentimiento y aprender la lección.
Sí, Padre, necesitamos gente a nuestro alrededor que, si es necesario, nos digan “tú eres aquel hombre”.