Da, pues, a tu siervo corazón entendido para juzgar a tu pueblo, y para discernir entre lo bueno y lo malo; porque ¿quién podrá gobernar este tu pueblo tan grande?
Salomón te amó a ti, Señor (v3), aquí debo de empezar, y luego que hablaste y le ofreciste dones (v5), él te pidió.
¿Tengo yo derecho a pedirte algo para mí si tú no me lo ofreces directamente? ¿Te amo yo con la intensidad o características que requieres? ¿No será que no veo los dones que ya has traído a mi vida?... Preguntas y más preguntas cuando me encuentro delante de ti.
Yo también veo mis responsabilidades demasiado grandes para una persona como yo, aunque no se puedan comparar a la de gobernar un pueblo como Israel. Me has dado una gran esposa y eso me trae responsabilidades, me has puesto ante una iglesia que requiere mucha atención en diferentes áreas, y estoy ante una generación que camina en las más densas cadenas y que requiere que yo alumbre más en medio de ellos.
Permíteme, Señor, que te pida yo también un corazón entendido. No solo conocimiento o memoria, aunque me vendrían bien, sino sabiduría al corazón, para que después de saber, de tener toda la información, sepa actuar desde el corazón, con sentimiento y con pasión.
Dame capacidad para juzgar, ser sensible y humilde ante todos, pero firme y claro. ¡En ocasiones me es tan difícil!
Y te pido que sepa discernir entre lo bueno y lo malo, porque hay veces que la línea es tan fina o está tan difuminada que es difícil hacer juicio equilibrado.
Pero, sobre todo Señor, que sepa y quiera discernir entre lo bueno y lo malo de mi propio corazón.