Y él le volvió a decir: ¿Qué vieron en tu casa? Y Ezequías respondió: Vieron todo lo que había en mi casa; nada quedó en mis tesoros que no les mostrase.
De entre todos los reyes de Israel y Judá destaca Ezequías. Incluso de aquellos que dicen que eran rectos, siempre hay una nota negativa, pero de Ezequías se dice que fue recto como David, que quitó los lugares altos, e incluso quebró la serpiente de bronce de Moisés, que nadie antes se había atrevido a quitar como instrumento de idolatría (18:3,4). Además, se añade que puso su esperanza en Dios como ningún otro rey antes que él había hecho; que siguió a Dios sin apartarse de él, guardando la ley (18:5-6), por lo cual Dios estuvo con él y le hizo prosperar en todo (18:7-8).
¡Te pido Señor que levantes hoy líderes como él! A lo largo de la historia hemos visto hombres y mujeres con ese carácter espiritual, por lo que es posible que lo vuelvas a repetir.
Incluso me atrevo a pedir que obres en mí de tal forma que yo me pudiera parecer en algo a Ezequías, o al menos intentar alcanzar su estatura espiritual ¿Por qué no?
Pero luego he llegado a este versículo, a esta nota negativa de su vanidad ante sus opuestos paganos (v12ss) enseñando “su casa y sus tesoros”, algo que no pasó desapercibido ante Dios.
No Señor, esto no lo quiero. No quiero caer en vanidad u orgullo si algo en mí pudiera motivarlo, no quiero olvidar que lo que pueda tener o ser es por ti. No, no quiero atraer al final de mi vida aquí tu atención por mi ingratitud.