Entonces, en aquel día, David comenzó a aclamar a Jehová por mano de Asaf y de sus hermanos: …
… Y dijo todo el pueblo, Amén y alabó a Jehová.
El momento requería un salmo como éste y una invitación a todos a alabar a Dios y así ocurrió.
David había traído por fin a Jerusalén el arca de Dios, después de su pérdida ante los filisteos (1 Sam 4y5), de la muerte, tras la devolución a Israel, de los que se atrevieron a mirar (1 Sam 6:19ss), de estar 20 años en la casa de Abinadab en Quiriat-jearim (1 Sam 7:2), del frustrado intento de traerla, con la muerte de Uza (13:7-11). Pero por fin, haciéndose las cosas como debían de hacerse, el arca, la gloria de Israel (1 Sam 4:21-22) estaba en Jerusalén, así que llama a los músicos e invita a todos a reconocer la grandeza y bendiciones de Dios ante el mundo entero.
Nosotros tenemos más razones que ellos, porque Cristo es mucho más que el arca, ésta sí, tenía la vara de Aarón, la ley y algo del maná (1 Reyes 8:9, Ex 16:32ss, Núm 17:10), pero Jesús es el mismo poder de Dios, es más que la ley y es la vida eterna, él es el fin, el cumplimiento de todos aquellos símbolos… y está en medio de su pueblo. ¡Cuántas más razones para gozarnos y para dar gloria a Dios!
Me da temor Señor a que yo no sea movido a cantar como David y los demás. Teniendo yo más razones, me da miedo a que mi espíritu esté paralizado o dormido, y que no sepa o no quiera contagiar mi gozo a todos los que me rodean. Señor, líbrame de esta posible pereza espiritual.