Entonces David dijo a Gad: Estoy en grande angustia. Ruego que yo caiga en la mano de Jehová, porque sus misericordias son muchas en extremo; pero que no caiga en manos de hombres.
Incluso en tus justos castigos, Señor, eres misericordioso.
David ha pecado ¿Prepotencia, autosuficiencia, orgullo? ¡Son tantos nuestros posibles pecados! ¡Me es tan fácil pecar! Esto desagradó a Dios (v7), y aunque David llega a reconocer su pecado y a arrepentirse (v8), tú decides castigarle y humillarle en su orgullo y entonces, he aquí lo que me admira, le dejas escoger su castigo. Aquí yo veo también tu gracia y favor cuando ejerces tu ira.
Entonces yo, en esta hora me identifico con David. Ante la posibilidad del daño que me pueda hacer la naturaleza con el hambre o escasez, o los hombres con la guerra, o tú con la peste (v12), preferiría tu espada Señor.
Por muy duro que tengas que ser conmigo por causa de mi duro corazón, siempre serás misericordioso, porque es parte de tu naturaleza, y siempre serán muchas, diferentes, porque tú me puedes herir de una forma y curarme de otra. El mal merecido me puede llevar a un bien inmerecido, inesperado.
Pero es que además tu misericordia siempre será más amplia, directa y duradera que la del ser humano, incluso que la mía.
Señor, que no sufran otros los golpes que yo pueda merecer de tu mano (v17) y ayúdame a recordar que cuando me disciplinas lo hace siempre como un padre.