Y entrando los sacerdotes dentro de la casa de Jehová para limpiarla, sacaron toda la inmundicia que hallaron en el templo de Jehová, al atrio de la casa de Jehová; y de allí los levitas la llevaron fuera al torrente de Cedrón.
Mi primera reacción al leer estos versículos (v.15-16) es de sorpresa. ¿Cómo es posible que la casa de Dios, tu casa, estuviera sucia? ¿Cómo se llegó a tal situación que el templo de Dios debía de ser limpiado? Si allí se mostró de tal manera tu gloria que no se podía entrar (5:14), si allí respondiste de tal manera a la oración de Salomón que consumiste al instante todo el holocausto (7:1-2) y eso fue delante de todos. Si allí estaba el arca, si hacia allí se dirigían las oraciones, si…
Pero entonces he recordado que somos, que soy dado a olvidar a pesar de grandes promesas, que tiendo a mirar a otro lado aun cuando tú eres lo más hermoso y puro y que también me atraen pobres comidas, aun cuando la tuya es dulce como la miel. ¡Cómo no va a hacer que mi pobre corazón pecador abandone tu casa y deje que la desidia acumule inmundicia!
Señor, ayúdame a santificarme hoy y mañana y cada día para que así pueda limpiar esta pobre casa tuya que es mi persona (1 Cor. 3:16) y tu iglesia (Ef. 2:21). Que pueda llevar lejos, muy lejos todo lo sucio, todo lo mundano, todo lo que estorbe y así a la vez servirte y quemarte incienso, alzar olor que te agrade. Entonces sí, no habrá temor al ardor de tu ira (v.10).