Esforzaos y animaos; no temáis, ni tengáis miedo del rey de Asiria, ni de toda la multitud que con él viene; porque más hay con nosotros que con él. Con él está el brazo de carne, más con nosotros está Jehová nuestro Dios para ayudarnos y pelear nuestras batallas. Y el pueblo tuvo confianza en las palabras de Ezequías rey de Judá.
Mala hora eligieron los asirios para invadir Judá. Justo cuando los gobernaba el rey Ezequías, temeroso de Dios, que había hecho volver al pueblo de Dios a sus fuentes, restaurando el templo (29:3ss) y la pascua (30:5ss), haciendo que todo el pueblo quemara sus ídolos (31:1), teniendo con ellos al profeta Isaías (v.20) y juntos levantando oración y clamor.
Ellos, los asirios, los enemigos del pueblo de Dios, los ejércitos de este mundo que me rodea, pueden levantar sus bravatas confiados en sus ejércitos, en su brazo de carne, pero ellos no saben que, con nosotros, con tu pueblo hay muchos más, porque tú estás de nuestro lado y pelearás por nosotros.
Se me olvida en ocasiones esta verdad espiritual y entonces me asusto, me desanimo y me faltan las fuerzas al mirar la fuerza, la arrogancia de tus enemigos y los míos.
No será así hoy; en este momento te miro a ti y veo a tu ejército, siento tu mano y me siento seguro. La batalla está decidida, tú y los que están contigo saldrán vencedores. Su destino y el mío están escritos, ellos se volverán avergonzados (v.21) y yo te podré traer ofrenda (v.23).
Cristo venció a sus enemigos sin necesidad de llamar a sus legiones (Mt.26:53). Con él soy, ya, más que vencedor.