Y les dijo: ¿por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe?
Señor Jesús, te sorprendiste por la poca o débil fe de tus discípulos cuando se asustaron al estar en una barca en medio de una tempestad. ¡Qué te parecerán entonces mis temores!
No quiero excusarme, ni convencerte de que las tempestades y olas que me acechan hoy son iguales o mayores que aquellas, o que, mi alma, al igual que aquella barca, parece que se anega. Lo que tengo que confesar, y pedirte perdón a la vez, es que mi fe parece aún más pequeña.
Has dado evidencia multitud de veces en mi vida de que tú estás conmigo, que aunque parece que duermes, siempre estás en vela, que siempre has tenido dominio sobre todas las tormentas, de que con una sola palabra tuya una tempestad se convierte en una gran bonanza… ¿Por qué entonces se amedrenta mi alma?
Señor, tienes que fortalecer mi fe, tienes que ayudarme a mirarte más a ti y menos a los mares tempestuosos que puedan rodearme, a apegarme más a ti, a contagiarme de tu reposo.
No me quites estos vientos que a veces me vapulean, no me quites las pruebas, si ésa es tu voluntad, pero dame la fe necesaria en ti para afrontarlas.