Luego Jesús, conociendo en sí mismo el poder que había salido de él, volviéndose a la multitud, dijo: ¿quién ha tocado mis vestidos?
Señor Jesús, la multitud te apretaba (v.31), todos buscan algo de ti (v.21, 24), milagros y palabras y tú notaste en medio de todo que salió poder de ti “¿quién ha tocado mis vestidos?” dijiste.
Y yo te pregunto en esta mañana ¿Notas que te toco, o que toco tus vestidos, o que me acerco a ti? ¿Lo hago con suficiente fuerza o ánimo, con suficiente fe? (v.28, 34).
Yo sé que la situación no cambia, porque tú no cambias, tu poder es el mismo y tu misericordia también. Que no importa la multitud de veces que te importunan, las millones de oraciones que a la vez ahora te hacen, tú eres consciente de todas y cada una de ellas y que puedes personalizar a cada uno que toca tu manto.
Quiero ser uno de ellos, quiero ser como aquella mujer que padecía flujo de sangre, y como ella, al menos tocar tu manto; tener la fe suficiente para saber que no importan mis problemas, no importan los muchos que te oprimen o lo lejos que yo pueda estar, tú eres el mismo, lleno de poder y misericordia y que si al menos toco tu manto tú lo notarás y no serás indiferente y entonces podrás decir y yo sentir en mí: “Hijo, tu fe te ha hecho salvo; ve en paz”.