Porque aún no habían entendido lo de los panes, por cuanto estaban endurecidos sus corazones.
Señor, me alarman estas palabras que inspiraste a tu siervo Marcos. Aun siendo discípulos, sus corazones estaban endurecidos. Ya habían sido testigos del poder de tu Hijo Jesús en la tormenta (4:35-41), y habían visto como alimentaba a una multitud con cinco panes y dos peces (6:38-44) y seguían asombrándose. Se turbaron y se maravillaron al verte caminar sobre el mar (v.49), sabiendo quien era. No entendían las señales que hacía, ni muchas de las cosas que decía, porque sus corazones seguían endurecidos, y así sería hasta el final (16:14).
Si eso les ocurría a ellos, ¡cuánto más a mí!
¿No será mi asombro y perplejidad ante las cosas que tú haces delante de mí, causa de mi corazón endurecido? ¿Por qué me sorprenden tantas cosas, sabiendo quien eres tú y todo lo que permitió en el mundo, y en mi mundo, la persona y obra de Jesús? ¿No será mi falta de fe?
Sí, sé que tendré que luchar a lo largo de toda mi vida con este corazón mío, pero a la vez te pido, Señor, que me des la fe para esperar cualquier cosa de ti, que no me perturbe tu mano, que no confunda tu poder sobrenatural con mis temores y fantasmas. Y a la vez ayúdame a entender qué y para qué haces todas y cada una de las cosas que haces ante mis ojos en este día.