Les decía también: Bien invalidáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición.
Quiero tomarme, en esta mañana, muy en serio y de manera muy práctica estas palabras. La posibilidad de anular tus mandatos, Señor, con tradiciones.
Seguramente algunas de las cosas que hago y que digo cada día relacionadas con la iglesia y aparte de ella, están más motivadas por mis gustos, gustos que se han convertido en costumbres, hasta llegar a pensar que son un bien necesario en mi vida.
¿Son mis palabras, mis consejos a otros, fruto de mi experiencia o de la Escritura? ¿La generosidad que creo tener es la mínima o la máxima que puedo dar? ¿Estoy usando bien la riqueza que me diste para administrar, tengo bien proporcionados los diezmos y ofrendas con mis necesidades? ¿Y el día de reposo? ¿y…?
La lista que me surge en estos momentos es muy larga y espero que algunas de esas costumbres y tradiciones adquiridas, las mías propias y las de otros sean correctas. Lo que tengo que evitar, y tú me tienes que ayudar a ello, es que algunas de ellas lleguen a invalidar tus mandatos.
Tu palabra, tu ley, es ni más ni menos, lo que necesita mi alma y por tanto la de los demás, no necesita que yo la adorne cuando me parezca oscura, ni que la encubra cuando me parezca dura, solo tu ley, tu sola palabra me es suficiente y a ella me debo.