Entonces Job se levantó, y rasgó su manto, y rasuró su cabeza, y se postró en tierra y adoró y dijo: Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allá. Yahveh dio, y Yahveh quitó; sea el nombre de Yahveh bendito.
Job acaba de perderlo todo, bueyes y asnos (v.15), ovejas (v.16), camellos (v.17) e incluso sus diez hijos (v.2, 19), apenas sobrevivieron cuatro criados para darles las terribles noticias, una tras otra en un solo día. Pero a pesar de todo eso le quedan fuerzas para postrarse y adorar. Todo se le puso en contra: sabeos, caldeos, naturaleza e incluso fuego divino (v.16) y aun así no perdió su conformismo y adoración a ti, Padre.
¿Qué me falta aún a mí para ser como él? Si me pasara a mí algo parecido me llenaría de dudas y mi adoración sería más bien un montón de preguntas de porqués.
Señor, quiero que obres aún mucho más en mí, en mi mente y espíritu, para que en toda circunstancia seas para mí siempre bendito, causa de adoración.
No, no quiero pérdidas, no quiero daño en los míos, ni en lo que me diste, pero sé que eso es inevitable en medio de este mundo caído lleno de enfermedad y violencia. La muerte siempre está a la vuelta de la calle. Lo que quiero pedirte hoy es la misma entereza de Job, una confianza en ti que no pueda ser dañada por nada, que no me importe quedar desnudo de todo, pero quedar vestido de ti.