Y él le dijo: Como suele hablar cualquiera de las mujeres fatuas, has hablado. ¿Qué? ¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos? En todo esto no pecó Job con sus labios.
Padre, me resulta fácil decirte que te amo, pues veo sobre mi persona y mi vida las muchas bendiciones que me has regalado. Incluso en los momentos más difíciles y duros tú estuviste allí y pude sentir tu consuelo y tu ayuda.
Este amor mío hacia ti, resultado de tu amor hacia mí (1 Jn.4:19), hace que me atreva a decir que estoy dispuesto a recibir de ti todo lo que me mandes, pensando que tú solo me darás cosas buenas y que me ayudarás, como has hecho, en las cosas malas.
Pero ahora, al leer estas palabras de Job, me retengo un poco. Sí, es verdad, tú también puedes enviarme o permitirme mal, dolor y pérdida. Además en ese momento, como ahora, ¿quién soy yo para discutir contigo? (Rom.9:21).
Si es voluntad tuya que yo reciba mal mañana, que tenga que pasar por valle de sombras de muerte, que tenga que cargar burlas y golpes de enemigos, dame valor para recibirlo igual que Job.
Me da miedo que me falte en su momento valor y ánimo y que me pueda parecer, aunque sea solo un poco, a su mujer, por eso no me dejes apartar mi mirada de ti. Si en el momento crucial puedo ver tu amor en la obra de Cristo, aunque seas mi cirujano y me amputes el bien, estaré confiado.