Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Yahveh; Y tú perdonaste la maldad de mi pecado.
No he llegado a valorar en toda su amplitud esta bendición que me das, que es la oración, el poder venir cada día delante de ti, Dios mío, y entre otras cosas poder confesar mis pecados.
Sé que no puedo dejar de pecar, lo intento pero me doy cuenta cada vez que miro hacia atrás que vuelvo a fracasar. Pero entonces, sé que puedo venir a ti y dejar mi iniquidad y encontrar alivio, como en esta mañana. Y esto por varias razones.
Mis pecados, todos y cada uno de ellos, son en primer lugar ofensas contra ti. No importa si son públicos o secretos, contra otros o dentro solo de mi corazón. Y a ti es mucho más fácil acercarme, siempre estás accesible, nunca me rechazas.
Incluso me ayudas a ver mis pecados ocultos (69:5; 139:23-34). Tú sabes lo que necesito antes de que te lo pida y respondes con más bien del que yo buscaba.
No solo tratas con mis pecados concretos, sino con toda mi persona, porque el problema no son esas cosas que pienso, siento y hago, sino yo mismo. Y tú tratas conmigo y me ayudas y me guías (v.6-10).
Pero sobre todo, quiero confesarme ante ti, porque eres misericordioso, eres paciente y lleno de gracia. No eres indiferente a mis pecados, lo sé Padre, y por eso me exhortas con mi conciencia y me disciplinas, pero siempre me perdonas.