Sacrifica a Dios alabanza, Y paga tus votos al Altísimo; E invócame en el día de la angustia; Te libraré y tú me honrarás.
Tres cosas concretas me pides, Dios mío, en estas líneas, para traer sobre mí liberación, y las tres son tremendamente sencillas, tanto que yo, aun siendo tan débil, puedo hacerlas.
Ofrecerte alabanza. ¡Qué fácil es esto! Solo tengo que dejarme asombrar por lo más asombroso y admirar lo más hermoso, y ese, eres tú. Y cuanto más medito en ti y más te siento, más necesidad tengo de decírtelo y decírselo al mundo. La alabanza ya no es un ritual, sino una necesidad de mi mente y un placer de mi alma.
Sé que esperas poco de mí, porque es poco lo que puedo ofrecerte, pero sé también que esperas de mí que cumpla mi parte, mis promesas o mi palabra, que mi sí sea sí (Stgo.5:12). Esto también es fácil, solo tengo que pensar lo que debo y puedo cumplir y después ofrecértelo.
En tercer lugar esto: buscarte cuando esté angustiado. ¡Cómo no va a ser esto fácil! Tan dispuesto estoy yo a la angustia, el miedo y a la necesidad, como tú Dios bueno y paciente a socorrerme. Sé que antes me cansaría yo de pedir socorro, que tú de socorrerme.
Sí, los dos sabemos Señor que cuanto más tú me liberes, más necesidad y placer tendré yo de honrarte.