Porque mejor es un día en tus atrios que mil fuera de ellos. Escogería antes estar a la puerta de la casa de mi Dios, Que habitar en las moradas de maldad.
Tengo que reconocer que estas palabras parecerían exageradas o absurdas a aquel que no te conoce y no ha encontrado confianza en ti. Pero no es esto así en mí y te doy gracias, Señor, por ello.
No hay ya palacio o casa espaciosa o jardín exótico que pueda compararse a morar contigo. Un solo día en tu atrio, tu sombra o tu brazo es mejor que mil días, o toda una vida en casa o palacio de otros.
Sí, yo también prefiero estar a tu puerta llamando, suplicando, esperando, que habitar donde el pecado habita o refugiarme en algún lugar que al final me asfixie o me apague.
Mejor es estar a tu puerta pues allí hay más seguridad y esperanza, pues tú estás al otro lado y sé que al final siempre respondes, siempre abres y siembre das (Mt.7:7-8).
Tú eres al final mi casa, pues tú eres mi refugio, calor como el sol cuando estoy destemplado y sombra cuando el mundo me quema. Y además de esto, sé que mejor es estar a tu puerta, a la espera de que me abras y me hagas entrar a tu gloria.