Hay quienes reparten, y les es añadido más; y hay quienes retienen más de lo que es justo, pero vienen a pobreza.
¡Mejor repartir que retener! Qué fácil es aprender este principio que me das hoy, pero qué difícil de aplicar, a pesar incluso de las promesas que lo acompañan.
Las creo sí, pero ¿las espero? Tengo que confesar que muchas veces dudo que el repartir me produzca beneficio y quiero pedirte, Señor, que me quites ese temor, que me hagas generoso con lo que al fin y al cabo no es mío, sino solo prestado por ti para administrarlo hasta que me pidas cuentas cuando vuelvas (Mt.25:14-30).
También mi mente pone en duda que el retener, yo lo llamo ahorrar para que parezca menos malo, me traiga pobreza. Me engaña mucho el poner mi confianza en cosas, que al fin y al cabo no puedo retener y no poner más confianza en ti, que eres el proveedor de esas cosas. Señor ayúdame a ser desprendido de todo, menos de mi fe en ti, de mi porción de tu gracia.
Dame lo justo para cada día, ni más ni menos (30:8-9) y dame sabiduría para administrarlo. Dame la confianza de que puedes darme cuando yo reparto, y el temor necesario de que guardar más de lo necesario no me hará más rico, sino más pobre.