El que tarda en airarse es grande de entendimiento; mas el que es impaciente de espíritu enaltece la necedad.
En esta mañana me dejas para meditar el asunto de la ira, que es muy común a lo largo de toda tu palabra, para bien y para mal.
Sé, por ejemplo, que tu ira es siempre santa, porque tú eres santo, que no puede tener error ni exceso, pero también que a la vez puede ser terrible.
De esto saco en conclusión que la ira no es mala en sí misma, cuando es contra el mal y contra el pecado. Que tiene que haber en mí indignación contra el pecado, que debo ser terriblemente intolerante contra mi propio pecado, pero paciente con otros (Mt.7:1-5). Que mi posible ira debe ser controlada y limitada en tiempo y extensión (Ef.4:26).
Es aquí donde está el problema y el beneficio.
Es un problema para mí controlar la ira, me dejo llevar demasiado por mi enfado y soy impaciente con los demás cuando no ven las cosas como yo y no corrigen sus errores y pecados como yo espero.
Qué bendición sería que yo me indignara contra el pecado, como demanda tu palabra, pero que supiera corregir, enseñar y ser paciente con los demás.
Señor, dame entendimiento en este asunto, que sepa guardar el equilibrio entre ira y tiempo.