Sin profecía el pueblo se desenfrena; Mas el que guarda la ley es bienaventurado.
Aquí estás relacionando profecía y ley. Que tu pueblo, yo hoy, necesita oír tu voz y guardar tu ley, que necesito saber lo que quieres y eres, y que esa voluntad tuya es ley para mí.
No debo pasar ni un día sin ese freno que es tu palabra, porque sin ella mi mente tiende a desequilibrarse, a desorientarse entre tanto ruido de este mundo. Qué alivio es para mi alma distinguir tu voz entre tanta música vana y mensaje falso.
¿Dónde estaría hoy si tú no me hablaras regularmente, como lo haces? A veces suave, como un susurro, otras como un grito de alarma, sabes cuándo animarme y alentarme y cuando corregirme y exhortarme. Tu palabra siempre es adecuada.
Puedo sentirme bienaventurado, feliz o gozoso de tener tu ley. Me has regalado muchas bendiciones, y aparte del don de tu Hijo, de esta salvación y de todo lo que implica, el tener tu ley es lo más grande.
Con tu ley puedo saber, en un día como este, cómo eres, Dios mío (único, santo…), cómo haces las cosas (siempre buenas y apara mi bien) y cuál es tu voluntad para mí, de forma particular y general.
Qué bueno es poder andar este camino, a veces tan lleno de tinieblas y temores, y oír en todo momento tu voz que me guía, alienta y protege.