Cuando fueres a la casa de Dios, guarda tu pie, y acércate más para oír que para ofrecer el sacrificio de los necios; porque no saben que hacen mal.
¡Cuán reveladoras son estas palabras tuyas de mi propio corazón!
Quiero entender o aplicar esta idea, de ir a la casa de Dios o al templo, a la que se referiría tu siervo Salomón, como la de ir a tener comunión con mis hermanos y adorarte como iglesia un día de reposo.
Debo por tanto, yo también, guardar mi pie de hacer mal, debo prepararme de antemano y no venir a tu encuentro descuidado y de cualquier forma ¡cuántas veces habré venido a adorarte sin estar preparado en mi espíritu!
Sé que no rechazas lo que yo pueda ofrecerte en adoración y alabanza, en mi aprecio y relación con otros. Pero quizá tú, por estas palabras que me escribes, no las aprecias tanto como yo. ¿Qué valor puede tener mi ofrenda o ritual si está separado de un corazón rendido a ti y obediente? ¿Sentido tiene hablarte con mis labios y darte promesas si no lo acompañan hechos?
Tengo que venir primeramente a oírte, a escuchar tu palabra y sé que el oír del que me hablas está unido a la obediencia a ella.
Ayúdame a que cuando esté delante de ti sea más tardo en hablar y más dispuesto a oírte (v.2).