Ciertamente no hay hombre justo en la tierra, que haga el bien y nunca peque.
¡Qué triste y cruda realidad me recuerdas hoy!
Miro a mi alrededor y me miro a mí mismo y tengo que reconocer que es cierto, no hay nadie justo; y esto me humilla y avergüenza. Y no es porque tu no hicieras al hombre recto, sino que él, yo, buscamos lo malo (v.29).
A veces intento hacer las cosas bien y la mayoría de las veces fracaso, sobre todo cuando no descanso en tu ayuda y gracia. Otras veces tú mismo, por tu Espíritu y palabra, me alertas del mal que hago y no puedo o no quiero oírte. ¿Por qué tantas veces hago el mal que no quiero y no puedo hacer el bien que quiero? (Rom.7:17-23).
También sé por experiencia que me es fácil juzgar el mal del otro sin darme cuenta, o sin considerar lo suficiente, que yo hice lo mismo en otras ocasiones (v.22). ¡Qué claro fuiste, Señor, cuando nos hablaste de la paja y la viga (Mt.7: 1-5)!
Pero no me desespero, no quiero abandonar o abandonarme a mi estado natural caído. Ahora conozco la buena noticia, he experimentado tu gracia y puedo decir con Pablo ¡Gracias te doy Padre, por tu Hijo Jesucristo Señor mío! (Rom.7: 25). Por lo que hizo, por lo que hace, por lo que me ha prometido. Por lo que es ya para mí siempre.