Alégrate, joven, en tu juventud, y tome placer tu corazón en los días de tu adolescencia; y anda en los caminos de tu corazón y en la vista de tus ojos; pero sabe, que sobre todas estas cosas te juzgará Dios.
¡Cómo recuerdo estas palabras leídas y meditadas en mi juventud! Era un recién convertido a ti, Señor, había descubierto a tu Hijo como mi salvador, y el valor de tu Palabra. Pude salir, me sacaste de aquel pozo oscuro donde estaba, me libraste del laberinto en el que estaba perdido y rompiste las cadenas con las que estaba atado. Aun así, estaba lleno de vida y con ganas de comerme el mundo. Se juntó en mí el deseo de disfrutar y buscar placer, y el temor a ofenderte y a pecar, a dañar la relación que había alcanzado contigo y estas palabras tuyas me ayudaron.
Pude aprender entonces, y esto me ha guiado siempre, que se puede disfrutar de la vida, gozar de las cosas grandes y pequeñas que me ofreces y aprovechar de los momentos buenos que se presentan; pero que debo tener en cuenta a la vez, que lo que hago y digo está delante de ti, que lo tienes en cuenta y que tiene consecuencias, que no debía vivir a espaldas de ti, que debía ser cuidadoso y temeroso por mi nuevo corazón.
Aún hoy, cuando ya no me siento joven, sigo teniendo en cuenta estas palabras.
Ayúdame a amar y disfrutar esta vida, pero a amar más la que me has regalado contigo.