Pero a vosotros los que oís, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen.
¡Qué mandatos más difíciles nos dejaste, Señor Jesús! Este en particular de amar y hacer el bien a mis enemigos. Si ya me es difícil, con este corazón mío tan egoísta, de amar a otro que no sea yo mismo y aquello que a mí me agrada ¿Cuánto más difícil amar aquello que se me opone y afrenta?
Si, ya sé que me dejaste buen ejemplo en ti mismo (jn.13:15,34), que me amaste a pesar de mi pecado, de estar tan lejos de ti y ser considerado tu enemigo, pero ¡yo soy tan débil! No te lo digo como una excusa, sino como vergonzosa confesión.
Además de eso, esperas que mi amor por ellos no sea solo de buenos sentimientos, sino con buenas obras. ¿Cómo debe ser esto? ¿Puedo hacer bien sabiendo lo que sienten por mí?
Aquí, en este momento de mi meditación me paro y pienso. Tú no me pides nada que yo no pueda hacer ¿verdad? Diriges estas palabras a aquellos que pueden oír, es decir, que te entienden porque te tienen. Yo soy uno de ellos. Puedo y debo mostrar misericordia, porque mi Padre mostró conmigo misericordia (v.36). Soy otro y no debo amar con mi vieja naturaleza, sino con la nueva, la espiritual y con ella es posible (Ef.4:13). Gracias Señor.